martes, 27 de diciembre de 2016

Es Navidad y llueve


Con el viento se arrasaba todo mi dolor, igual que el alcohol limpió toda la maldad que había en la abuela, para volverse, sin quererlo y sin pensarlo nunca, otra vez en una niña. Habla con inocencia y sonríe, olvida cada momento, cada día y el pasado es su presente. Cualquier pregunta la confunde y ella disfraza el olvido con palabras que la confunden todavía más. Sueña y habla con su madre, la piel en sus manos es suave, demasiado suave, y persigo con mis dedos cada arruga, las piernas flacas, tanto que le cuesta mantenerse mucho tiempo de pie y los ojos tan claros, casi transparentes, y pienso que sí, que es cierto, que afuera es Navidad y llueve, que el alcohol y el pasado y el viento arrasaron con todo su dolor y también con el mío. 

jueves, 22 de diciembre de 2016

No estás sola



Las dos manos en la taza, el olor a menta se mezcla con el frío de la habitación, con el ruido del aire acondicionado, con el pelo fucsia de ella, que a veces también es azul o de muchos colores, que ahora está en silencio, que escribe una historia, con sus diez palabras que son distintas a las mías. Acomodo mis anteojos, abro un libro y leo las primeras líneas para encontrar qué decir. Un perro ladra, pienso que quizás su dueño le enseña a sentarse y después de muchos intentos lo logra y como premio le da un caramelo. No puedo concentrarme, sus dedos de uñas largas color uva golpean las teclas, los tatuajes en sus manos, en sus brazos, en todo su cuerpo, son las marcas de la infelicidad provocada que eligió llevar, pero ella no piensa en el golpe de su escritura, solo en el hombre de su historia, que la espera en su casa, en silencio, quizás con la valija lista para partir, aunque ella no quiera, sabe que va a ser así, que también se va a llevar las fotos, sus revistas y la computadora, pero a ella qué le importan esas fotos si él ya no va a estar más ahí. Ella expresa su amor de la única manera que sabe: con dolor. Pretenciosa. Llena de vida para ser medio amada, con días eternos de soledad, sobre todo los feriados, en los que sale de su casa y camina a las tres de la tarde, debajo de ese sol que agobia, pero no tanto como sus pensamientos, y se compra unos zapatos rosas, de tachas, que sabe de poca utilidad. Vuelve a sus palabras, a la orfandad de su texto, en el que el personaje deja quemar las tostadas y cierra las persianas y busca la noche cada mañana y el pelo y la ropa y los muebles se impregnan de olor a quemado. Su texto es brillante, ella lo sabe y yo también. No estás sola, escribo en mi cuaderno. No estoy sola, escribe ella en el suyo. A veces las palabras hunden, la mayoría de las veces salvan y escribe, no siempre, para ser querida; y escribe, por obligación, para soportar la vida.

sábado, 10 de diciembre de 2016

Los Castagnola: el polo en la sangre



Se conocen como se conocen las familias, adentro y afuera de la cancha. Los Castagnola, con la mirada puesta en el objetivo, con la idea fija en marcar el gol, con el taco en alto, hoy son la promesa del poloargentino.

Camila Cambiaso los mira al costado de la cancha, cerca, siempre cerca, las dos manos en la cara, a veces en silencio, a veces algún grito, con esa preocupación y nervios de madre. Una mamá que los acompaña, que les inculca el esfuerzo, que respeta cada una de sus decisiones, que está ahí, como la necesiten, para su marido y para sus hijos.

Los chicos todavía son chicos y Lolo se los recuerda, ellos juegan para ser profesionales y su papá prefiere que jueguen al polo, que agarren ese polo del bueno, que se diviertan, pero en el momento en que decidan ser profesionales que sea con convicción, laburo, mucho laburo y sacrificio y tiempo.

Todos decían que Lolo estaba loco, quizás un poco chiflado, que los chicos todavía eran unos nenes, pero él los ve en las prácticas, arriba de los caballos, él los ve en su casa y todos los días se habla de lo mismo y todos los días se siente lo mismo y él sabe de esa pasión y de que para el polo ya no son unos nenes.

Jugaron la copa de la República y salió como esperaban: entre abrazos y lágrimas, esa sensación inexplicable de ganar y de compartir la cancha con sus hijos. Ellos juegan para ganar, pero Lolo se ocupa de recordarles que sean humildes, que el respeto es fundamental y que sigan metiendo golazos.

En la vida uno se pone objetivos y, tras el festejo masivo de cada gol, el Abierto de San Jorge fue otra demostración de que cuando se quiere se puede. Pensaban que se podía ganar, jugaron sin presión y confiaban en que el equipo era muy bueno. Lolo marcaba los errores, quizás con alguna que otra puteada, pero Barto y Jeta saben que es para ganar.  

Hace pocos días, Barto y Camilo levantaron la Copa Santa Paula, del Torneo Intercolegial, y Lolo sonríe, cada vez que habla de sus hijos sonríe con orgullo. Dice que Barto es un líder nato y Camilo siempre va para adelante, que Bartolito va tranquilo a todas las jugadas y que Jeta es un número 1, que es un honor compartir la cancha con ellos, porque no sienten miedo, porque juegan de igual a igual y que quizás es más exigente dentro de la cancha que como papá.

El esfuerzo de no rendirse, del colegio a los caballos, de los caballos a la cancha, al mate, al polo. Barto disfruta de jugar con gente que conoce y dice que no imita a su papá, en nada, pero ambos saben que es su mayor influencia. La relación con su hermano, con Jeta, es muy buena, siempre está, no sabe cómo, pero en la cancha, cuando mira hacia adelante, siempre está. Lo admira, dice que tiene mucho taqueo y que aparece en momentos claves. Serio y reservado, Barto de él no dice nada, lo demuestra en la cancha.  


“¿Con quién hablás? ¿Apago la luz?”, pregunta Jeta mientras Barto termina de hablar por teléfono, de dar la entrevista. Jeta apaga la luz, al día siguiente tienen colegio, pero a ellos eso no les preocupa, hablan de caballos y se duermen ansiosos porque el día siguiente es otro día de polo, de cancha, de jugadas, juntos.  



Revista Polo Live #36

miércoles, 9 de noviembre de 2016

Entrevista a Milena Busquets



No tenía planeado ser escritora, trabajó muchos años en el mundo editorial, se quedó sin trabajo, murió su madre y esto la llevó a escribir “También esto pasará”. En la novela, la escritora catalana habla de la relación de amor entre una hija y su madre que acaba de morir, el libro ya fue publicado en más de 30 idiomas y a fines de 2015 el productor argentino Daniel Burman compró los derechos para adaptarla al cine.

¿Por qué decidiste transformar la historia del duelo de tu madre en la novela “También esto pasará”?
Hacía un año que había muerto mi madre, había terminado varios proyectos laborales, no tenía dinero ni nada que hacer, no tenía nada y un día, por primera vez, me encontré consciente de que estaba sola. Me senté frente a la computadora y escribí el primer capítulo sin pensarlo demasiado. Luego vino el resto. Me costó su muerte para decidirme a escribir cosas más serias.

¿Escribir este libro te ayudó a hacer catarsis? 
Me alivia más leer que escribir. No creo que me haya servido para hacer catarsis. En mi casa la escritora era ella y no podía usurpar su puesto. No es casualidad que haya empezado a escribir arriesgándome mucho más, después de que ella murió.

¿Es una novela autobiográfica? ¿Cuánto hay de lo que en verdad pasó?
Hay mucho sobre la relación con mi madre, pero el resto no es tan autobiográfico. Es una novela muy desinhibida que trata sobre la relación que tenía Blanca (personaje principal) con la madre y cómo el sexo la ayudó a sentirse viva. El sexo lo hace para consolarse, para distraerse de la muerte.

¿Qué crees que tu mamá pensaría acerca del libro?
Quizás hubiera estado un poco envidiosa, pero también le hubiese gustado mucho, ella era muy egocéntrica, estaría muy contenta. Pero también es cierto que si ella todavía estuviera viva yo no hubiese sido capaz de escribirlo.

¿Es por ese motivo que surgió la frase “lo contrario de la vida es el sexo”?
Esa frase surgió al final, durante el proceso de reescritura. Para Blanca es muy importante tocar y ser tocados y el sexo le recuerda que está viva. Es muy peligroso convertirse en un muerto viviente, esos que están solos y nadie los toca y nadie los abraza.

Tu mamá estuvo muy enferma al igual que la madre de Blanca ¿Cómo crees las enfermedades cambian a los seres queridos?
La cercanía con la muerte es terrible. El dolor transforma y empeora. Ella me culpaba de su enfermedad, decía que los médicos le habían dicho que el párkinson había sido mi culpa. Sufrir te debilita, tanto por una enfermedad o por tener mala suerte en la vida, te vuelve mezquino. Ella estaba muy enojada y de a ratos era una persona muy malvada porque le estaban quitando todo lo que tenía: su vida.

¿Qué significa para vos el paso del tiempo?
Me preocupa más la muerte que el paso del tiempo. En definitiva todos acabaremos muertos y eso me parece una brutalidad.

De cualquier manera, te tomas las cosas con mucha ligereza ¿no es así?
El humor es un instrumento, un acto de rebeldía para que no cunda el pánico. Mi generación es una generación más prudente, les da miedo perder el control, quedarse sin dinero, no es nada tan grave, no es nada tan definitivo. Mi vocación en la vida es divertirme.

Del libro a la película con Daniel Burman.
Me pareció que era lo que tenía que hacer, venderle los derechos a Burman. Ellos han sido muy amables y están interesados en que me involucre, pero ser guionista es un trabajo muy distinto al de ser escritora y yo no quiero ser guionista. El resto es libertad de otros. Está bien dejar a la gente que haga lo que quiera. No soy controladora, soy una trabajadora en lo que me toca.

Después de escribir el libro ¿el dolor pasa?

No, se aprende a vivir con él. Pero yo creo que en la vida hay que jugársela, sino ¿qué sentido tiene vivirla? La muerte de mi madre me sigue pareciendo una cosa inaceptable, pero hay que dejar ir a los muertos, que ese vacío se convierte en otra cosa y, como siempre digo, “también esto pasará”.



Entrevista realizada para el #78 de la Revista Fuera de Hora.

martes, 1 de noviembre de 2016

A cualquier lugar


Camina, es de madrugada, le pesa el cuerpo, sobre todo esa mochila que no quiere cargar, levanta el brazo, también el pulgar y espera que algún auto o camión le abra la puerta, le ofrezca unos mates y lo lleve a algún lado, a cualquier lugar, no le importa cuál, y aunque se convence de que esa es la ruta que quiere seguir, preferiría estar acompañado. Camina descalzo, errante, la suciedad de sus pies anchos envueltos en tierra y espera estar en el desierto donde nadie pueda molestarlo porque, a pesar de ser bienvenido en cualquier lugar, ninguna casa es su casa. Levanta una tienda para que pueda entrar quien quiera, por hospitalidad, por locura, para ayudar y ser ayudado y la ventaja de la tienda, la suya, es que puede irse en cualquier momento. Le dice que “no” a los teléfonos, a los compromisos, a la rutina, al trabajo, a la iglesia, pero no puede sostenerlo y trabaja de lo que venga para sobrevivir al menos ese día, con suerte varios días y se enoja, porque no comparte ese estilo de vida y se cansa de los mismos lugares y de las mismas personas y camina, otra vez con la mochila en la espalda, y se aleja. Rechaza lo propio, las pertenencias y que las puertas estén cerradas o que tengan llaves o candados. En las personas busca bondad y compartir algunas cervezas, quizás también emborracharse en soledad y se escapa de cualquier signo de normalidad o de egoísmo. Él quiere sorprender y por azar encontrar gentileza, otras veces, sonrisas y se desespera cuando solo encuentra oscuridad y silencios, con lo que nadie quiere afrontar y siente miedo y camina rápido, cada vez más rápido y finge distracción, pero está ahí, huye, con la mirada cansada y triste. Durante el día se aburre, es el horario en el que a la gente le resulta fácil criticar o juzgar y sufre porque quiere brindarse más, incluso a quienes no lo merecen, pero nadie lo mira y él llama la atención, habla y habla y grita y ruega que lo escuchen y nadie lo ve y su voz y sus historias se apagan. Sin paredes, con anécdotas, sabe que va a morir, dentro de mucho, pero no falta tanto, porque no es capaz de soportar tanta indiferencia. Piensa que la bondad es coraje, la servicialidad, valentía. No cree en Dios, creen en los afectos. Inteligente, emocional y analítico, el pelo rubio, los ojos celestes, a veces grises, y la mirada dispersa. Con lucidez miente sus propias verdades hasta creerlas y se olvidó de decirle a su madre que la quiere, a su padre que lo respeta, a sus hermanos que son su mayor influencia, a todos, lo que quiere ser y a él, repetirse una y otra vez, aquello en lo que no quiere convertirse o resignar, y no le importa tanta mierda mientras tenga un vaso de cerveza en la mano. Ese genio que nunca quiso ser porque no le interesa conquistar ningún rincón, tampoco nació para demostrarle nada a nadie, porque en su peor momento solo muy pocos le demostraron por qué tenía que levantarse de la cama. Se escapa, quiere volver a ser el niño alegre que saltaba en el jardín de su casa, que no sentía frío y que no toleraba perder, complacer a los demás y ser perfecto, ese niño bueno que siempre fue, el que todos esperan, el que ya no es. Borracho de odio que no puede llegar a sentir, incómodo y al pie de la intolerancia, ya no exige ningún tipo de atención. Sigue el humo con la mirada, los ojos rojos, se reclina en la silla, se arroja contra la barra, está en paz y se piensa feliz, sin reclamos. Mira su entorno, a los conocidos de siempre y para muchos él ya no es tan conocido y ve lo que nadie quiere ver, pero no puede expresarlo porque lo que está tan cerca no le permite palabras, y se recuerda niño, con una pelota y una sonrisa, pero lo que está tan lejos es un adorno que le genera demasiado vacío. Vive el presente y lee a Bukowski, escucha a Bob Dylan, también electrónica, y la música le rompe los tímpanos y baila y salta y vuelve a bailar y mira las estrellas, les habla para que no lo olviden, ya es de madrugada y un rugido en el medio de la noche despierta a los vecinos. Apaga las luces. Ya siente el mar y el viento en la cara. Ese grito le costó la voz, quizás también algunas lágrimas, porque ya no es un niño ni el adulto que muchos exigen, ya no tiene casa ni hogar, solo tiene una tienda, hospitalidad, recuerdos, algunos libros, sus cuadernos y una mochila, que va a volver a cargar, para abandonar la ciudad, no para siempre, abandonarla un poco y quizás, algún día, volver.

martes, 27 de septiembre de 2016

Miedos



Si tuviera que hablar de mis miedos y aunque no lo soportara tuviera que contestar a qué le temo, y después de unos segundos de silencio y de la ansiedad de aquel que también espera en silencio, diría que lo que más me asusta es no ser amada o no ser suficiente o conformarme. Me desespera no escribir y perder el tiempo y seguir sin escribir una palabra. Tengo miedo a no perdonar, a vivir en el pasado, a odiar, a no sonreír cada día y olvidarme del dolor en mi estómago por reír a carcajadas, pero por sobre todas las cosas, a perder a mi madre y a mis hermanos y a no volver a encontrar nunca un hogar. Miedo a la soledad, pero ahora me genera mucho más miedo no tenerla. A llorar delante de alguien y que me considere débil y a no establecerme, nunca, en ningún lugar, con nadie. Miedo a no poder devolver tanta ayuda y a necesitar todavía más. Me aterra alejarme de mis amistades y sentirme sola y que sea mi culpa. Miedo a mi papá y a su indiferencia. A mirar a través de la ventana y no encontrar un árbol con hojas verdes, una flor, las estrellas o la luna y ser cursi. Miedo a la inocencia de una cerveza, de un café y hasta de un beso. A juzgar. Miedo a no volver a sentir el calor de sus abrazos. Miedo irracional a las cucarachas, a encontrarlas en el medio del camino y no saber hacia dónde ir o saltar o esperar a que se muevan, que sigan hacia cualquier lado mientras ruego que no sea hacia el mío y no me animo a pisarlas, al crujido de su muerte, al desconcertante movimiento de sus patas. Miedo a vivir para trabajar de algo que no me guste, al aburrimiento, a ser una esclava, a maltratarme y no ser creativa y no viajar y quedarme quieta. Me atormenta no ser una buena persona y compararme todo el tiempo conmigo misma y querer más, de todo, siempre. Miedo a mirarme en el espejo, a la tristeza en mis ojos, a la sonrisa falsa, a la profundidad de las arrugas en la mirada, a los mechones de pelo blanco y tener que pensar en teñirme y al cansancio, a que se note tanto ese cansancio y querer gritar y que me miren como a una loca y que no me importe, pero no lo hago, no grito. Miedo a los números impares, a la manipulación, a lo dicho, a quedarme sin palabras y a lo que nunca llegué a decir y quedarme sin encuentros y sin pasión y sin tiempo. Miedo a las uñas largas, a la violencia que retengo, a no cambiar o a cambiar tanto que ni siquiera pueda reconocerme. Miedo a no ser valiente, a rendirme, a sentir frío, demasiado frío, y tener las manos heladas, la nariz, también los pies y dolor y no encontrar unas manos que tomen las mías o un abrazo que me abrigue o una palabra de aliento o un amigo. Miedo a la pereza. A la sangre. A no dormir. A no escribir. Miedo.  

martes, 13 de septiembre de 2016

Cosas



Le digo que nada, que no quiero más cosas, para qué tanta ropa, vasos y platos y sillas vacías, adornos que juntan polvo, libros sin leer, una televisión encendida, una mesa llena de papeles, en definitiva, dueña de tantas cosas y, al mismo tiempo, una prisionera, dueña de nada. Y vuelve a su cuaderno, a sus preguntas estudiadas, aunque en realidad le intriga por qué tanto extremismo, pero me pregunta ¿por qué escribo? Y yo le contesto que porque necesitaba ser dueña de algo, y va a negar, lento, achica la mirada y me va a decir que es contradictorio, ¿no? Y yo lo admito, le digo que sí, que es desconcertante, para mí y para usted, pero no sería algo material, sería dueña de una historia, la de mi casa, la de mis hermanos, la mía, porque quién no quiere contar, algo, lo que sea. Usted frunce los labios y afirma y me pregunta qué pasa después y yo, con la mirada en mis manos, en mis dedos sin anillos, le contesto que un anticipo, dinero por palabras que llenarían mis silencios de críticas y halagos, y cada lector, en cada frase, buscaría una mentira y una verdad, y de la pobreza a las cortinas, a los almohadones, a la ropa importada y a los perfumes, otra televisión, más libros y página tras página de soledad. Usted ahora no habla, ni mueve la cabeza, tampoco me mira a los ojos, busca en su cuaderno cómo continuar y yo, sin dejar que usted mueva los labios, le pido que me mire, usted levanta la vista, y yo me inclino cerca, muy cerca de su mirada y le susurro que con el tiempo, se prefiere la cordura a las cosas, los secretos a las verdades, porque los secretos tan abiertos, tan accesibles, de frente y a los gritos, nadie los ve. Y me pregunta qué quiero, y si hoy usted a mi pudiera concederme un deseo, aquello que más anhelara, y yo le pregunto ¿cualquier cosa? Y Usted me dice que sí, que cualquier cosa, que qué pediría, y yo, que sé que no hay forma de que usted me de aquello que quiero, le diría que una noche de invierno, una sonrisa, un abrazo, cosas.        

viernes, 15 de julio de 2016

Retrato de Zahra




Un año en el extranjero, un par de valijas, exceso de equipaje y no quiere pagarlo, pero no le queda otra y no sabe si quiere irse o quedarse, porque tiene que volver a la universidad, convertirse en abogada y abrazar a sus padres y pedirles perdón por no haberlos entendido o acompañado, incluso aunque ella solo fuera una niña. Tiene que irse porque no le gustan los cambios de planes, mucho menos rendirse, pero está muy feliz con su rutina y aunque estuvo en muchas partes del mundo y está cansada porque quisiera estar en su casa, después de tanto tiempo ya no recuerda cuál es su casa porque la tuvo en distintas personas y en distintos países. Mira a la gente y a los lugares con los ojos grandes, casi negros, curiosos, los que esperan encontrarlo todo, y habla en cada silencio, porque de chica le dijeron que era de mala educación no hablar, por eso prefiere escuchar porque solo de esa forma funciona su “don” de leer a las personas como si las conociera de toda la vida y sabe a qué le temen, en qué son inseguros, cuáles son sus fortalezas, sus debilidades y las apoya para que luchen por sus sueños y entiende sin juzgar y ayuda sin pedir. Se esfuerza por hablar en argentino y después de unos días pregunta si le sale mejor, aunque se frustra cuando le dicen que su tonada es más parecida a la colombiana. Sus frases prohibidas son “no puedo” y “tengo miedo”, no porque no quisiera admitirlo, sino porque ni siquiera se le ocurre pensarlo, pero sabe, al contrario, que su determinación y fortaleza inspiran miedo. Cocina para sus amigos y sigue la cadencia de la música, mueve los hombros, se agarra el pelo, la cadera y las piernas al ritmo de “bailar, bailar, bailar” de Jorge Drexler, una copa de vino o dos o tres, quizás toda la botella, y cierra los ojos y sigue la música, aunque en seguida va a buscar otro tema para bailar y escucha una y otra vez las mismas canciones mientras revuelve las verduras, agrega el ajo, las especias y se siente viva y loca, sobre todo en aquellas ciudades donde la gente es mucho más seria. Muy apegada al rigor de las normas, a la perfección y la obligatoriedad de las reglas, porque las reglas de los juegos están para cumplirse, para hacerlos más divertidos y para que gane el mejor y ella, concentrada y competitiva, en todo quiere ser la mejor y quiere ganar, siempre. Inquieta, sin botón de off, salvo cuando tiene resaca y quiere seguir, pero no puede y habla suave y lento mientras se le cierran los ojos. De a ratos, insegura, sobre todo con los hombres, porque no tienen la valentía de enfrentarla y ella, no tiene la paciencia suficiente para dejar que las cosas pasen. Feliz, siempre feliz y de incontrolable torpeza cuando está borracha. Carga sobre los hombros la necesidad de ser la hija perfecta y sabe que su papá es su mayor influencia y que va a tener que tener mucha paciencia para no levantar la voz ni discutir por cualquier cosa y su mamá es alguien a quien quiere, con desesperación, entender, sobre todo después del divorcio y de culparla y quiere estar ahí para ella, con todo, pero se vuelven frías y distantes porque no quieren demostrar de más y ella se pregunta “¿por qué no me permito sentir?” y se esfuerza por llorar, por parecer más humana, aunque le duele y no lo demuestra, hasta que la sonrisa y el sollozo son lo mismo y se tapa la cara con las manos, sus dedos mojados en lágrimas y dice que está fea, muy fea y le da vergüenza porque no puede tolerar que alguien pudiera pensar que ella es débil y ríe con fuerza para terminar con el llanto y pasar, al menos, a otro tema. Siempre en movimiento, rebelde y libre en la adolescencia. Mira las valijas, en unos minutos va a llegar el taxi y recorre el departamento con la mirada: la casa vieja y sucia, de platos sin lavar y más envases de cervezas que comida, en la que vivió con cinco hombres, dos que ya se fueron y los otros a esa hora trabajan y le hubiese gustado que sus amigos estuvieran para despedirla, pero no se los dijo y tampoco lo admite porque no le gustan las despedidas. En el balcón, el frío es intenso y ella igual sonríe. Nunca imaginó vivir así, en ese departamento tan deprimente con gente que la hizo tan feliz. Aprieta los ojos, respira la helada, se abraza con fuerza, ese abrazo es su “adiós”, su manera de estar en el presente y de prepararse para lo que viene. Suena el timbre, le hubiese gustado fumarse un cigarrillo, despacio abre los ojos, otra vez respira frío y no le importa sentirlo ni en la cara ni en las manos porque prefiere congelarse a que el taxista la vea llorar. Mira las valijas, se pone la campera, deja las llaves adentro y cierra la puerta: no importa el exceso de equipaje, está segura de que va a volver.




“When someone loves you, you feel it, you know it without words. They are there when you need them, when you are at your lowest... they accept you for who you are and they don’t judge you or punish you for it... All they need to be...is there”.

domingo, 3 de julio de 2016

Entrevista al escritor Mario Vargas Llosa



No solamente es premio Nobel de Literatura, es un personaje que siempre tiene un pinto de vista que escuchar. Continúa escribiendo novelas y después de 3 años de inactividad en el rubro, publicó "Cinco esquinas". Los detalles de cómo surgió esta historia y algunas miradas de la vida profesional del autor.


¿Cómo surgió la idea de tu último libro “Cinco esquinas”?

Es muy misterioso cómo nacen las historias que escribo. No decido con la libertad con que decido escribir un artículo, en el caso de la novela siempre se da un proceso mucho más misterioso: surge una imagen, algo que nace de un hecho verídico y poco a poco, sin darme cuenta, esa imagen es un fantaseo o juego mental sobre algo en lo que empiezo a pensar, pero sin tener la idea sobre lo que voy a escribir y empiezo a tomar notas y surge. De esa manera escribí todas mis historias.

“Cinco esquinas” se da por algo que vivimos todos los peruanos durante los años de la dictadura de Fujimori. Se contrataban a periodistas especializados en la chismografía y en el escándalo y muchas veces escándalos inventados y calumniosos en referencia a los críticos del régimen. Tenía la idea de escribir una historia que de alguna manera mostrara esa parte de la dictadura y creo que ese fue el motor a partir del cual empecé a tomar notas y hubo otras cosas que fueron apareciendo, pero solo al final tenía una idea en conjunto, en verdad la historia se fue conformando en el transcurso de la escritura.

¿Por qué ese barrio?

El barrio le daba cierto simbolismo al título, fe muy importante en la época de la Colonia, luego de ese esplendor entró en decadencia, pero tuvo una cierta resurrección a partir del siglo XX porque se convirtió en el barrio de la música criolla, de hecho iba mucho la gente a escuchar música. Felipe Pinglo, el más grande compositor de música peruana, nació en ese barrio. Luego el barrio entró en una decadencia terrible y hoy en día es muy violento, muy marginal, principalmente por el asunto de las drogas.

¿Qué tiene que ver con tu enfrentamiento a Fujimori? ¿Es una especie de ajuste de cuentas?

No, en absoluto. Siendo candidato me di cuenta de que no tenía ninguna vocación política. Ganó Fujimori y me devolvió a la literatura, a mi vocación. Sí siento que Fujimori hizo muchísimo daño al Perú, él ganó una elección libremente, fue reconocido por todos los peruanos como presidente y a los dos años convirtió en el peor delito que se puede cometer en la política: impuso una dictadura muy corrupta y muy sanguinaria que fue muy dañina para el país. Recordarles esto a los peruanos no está mal. Precisamente en este momento en que su hija tiene muchas oportunidades de llegar al poder.

¿Cómo fueron tomando importancia algunos de los personajes?

Hubo personajes que se fueron imponiendo, como por ejemplo el de La Petaquita, que empezó como un personaje muy menor, secundario y, sin embargo, fue creciendo y se terminó imponiendo y pasó de ser un personaje secundario a un central. O Juan Peineta, que iba a ser un personaje pintoresco y de pronto ese personaje tiene consistencia y tiene cada vez más espacio en la historia y termina siendo casi una figura.

En la novela hablas del sexo como salvación ¿Cómo llegaste a eso?

Hay circunstancias en las que el sexo surge como una tabla para la salvación. En el final de la dictadura, había terrorismo de Estado, el Estado ejecutaba personas, había delincuencia, toque de queda, incertidumbre, demasiada incertidumbre y nadie sabía qué iba a venir después. Entonces, esa incertidumbre e inseguridad, muchas veces incentiva la vida sexual. Quizás no se hubieran dado muchas experiencias si no se hubiera dado ese combo de paranoia que te llevan a vivir experiencias que te sacan de ese pozo deprimente.

En la novela se da una fuerte denuncia al periodismo amarillista, ¿es así?

El periodismo amarillista aparece en nuestro tiempo y es la conversión de la cultura en una forma de entretenimiento. La cultura se ha frivolizado, llega a todo el mundo y abarca al conjunto entero de la sociedad, ya no existe el monopolio de para una elite. Una cultura que se vuelve entretenimiento, es una cultura que adormece, que retarda y genera actitudes pasivas. Con esto la cultura pierde algo importantísimo, que es la de curar el desasosiego, adquirir una actitud crítica de rebeldía contra el mundo tal como es. La cultura nos mostraba que el mundo está mal hecho y provocaba en nosotros una necesidad de cambio. La cultura como diversión pierde el efecto de despertar la crítica o la disconformidad y el periodismo amarillo es una consecuencia de eso, nada resulta tan divertido como escarbar la vida privada de la gente, transgredir lo privado, mostrar la intimidad, se convirtió en una función del periodismo, del peor periodismo.

¿Cómo fue el proceso creativo de “Cinco Esquinas”?

En el proceso de la creación todas esas cosas iban surgiendo, muchas veces yo no me las esperaba y me sorprendían. La mayor parte de los escritores pierden un poco el control de las historias que escriben, porque hay fuerzas de la propia historia que empujan o van en direcciones que para uno resultan sorpresivas.

¿Parte de tu obra se hizo con cartografía y otra parte con improvisación?

Para empezar a escribir necesito tener un esquema, no podría sentarme a escribir una historia sin tener una trayectoria. Dónde empieza y dónde termina la historia, los personajes, cómo se cruzan los destinos de esos personajes, un simple esquema de la historia y eso me da la seguridad mínima que me permite empezar a escribir. Luego, la primera versión me cuesta mucho trabajo, porque es una lucha para tener confianza de que la historia va a salir correctamente. Cuando comienzo a rehacer es distinto, a mí no me gusta tanto escribir como reescribir. Cuando empiezo a rehacer, a cortar, a reescribir, ese es mi verdadero placer.

¿Cuál es tu método de escritura?

Trabajo de una manera muy disciplinada, tal como decía Flaubert “escribir es una manera de vivir”. Para mí, las mañanas son las horas más creativas. Pero no me gusta la idea del escritor apartado del mundo, me gusta tener un pie fuera del escritorio, en la calle y hacer periodismo. Cuando escribo novelas u obras de teatro me aparto, con los artículos estoy más vinculado con la actualidad. Hay un riesgo en aislarse demasiado, cortarse de la realidad es un peligro terrible porque se corta la inspiración. 

Dijiste que hace poco fue el momento más feliz de tu vida ¿Por qué?


El momento más feliz de mi vida como escritor fue una cena en lo de Cármen Balcells, una queridísima amiga y mi agente literaria, quien tenía una carta de la Editorial Gallimard de Francia y me dijo que no la leyera hasta el final de la cena y yo con mucha curiosidad, esperé. Después de cenar, la abrí, era de Antoine Gallimard, el director de la Editorial, quien se la había enviado a Carmen y le decía que había llegado la hora de meterme en la Pléiade y, para mí, esa noticia fue de inmensa felicidad. Aprendí francés para leer a los escritores en su propia lengua y concebí una admiración muy grande por los escritores que pertenecen a esa colección, ellos nunca dejarán de vivir como escritores porque esa colección les asegura la inmortalidad. La idea de entrar con mis obras me dio tanta satisfacción que ni siquiera haber ganado el Premio Nobel me dio tantas satisfacciones.



Entrevista publicada en el #76 de la Revista Fuera de Hora, no dejes de buscarla. Es gratis!




jueves, 9 de junio de 2016

Fucsia, azul, amarillo, violeta, verde: Blanca






Blanca elige sus propios colores. Sonríe sin mostrar los dientes, casi avergonzada, pero cuando está feliz no necesita controlar más su risa y vuelve a ser una niña caprichosa, infantil, divertida y loca. Habla pausado, demasiado pausado, y de todo sabe un poco, hasta que su voz empieza a gastarse y habla muy bajo, con frases sin decir y se apaga y todo se resume al silencio. Rulos, vida y de ella ¿qué sería sin el arte? Concentrada, con los dedos llenos de pintura y las ganas desbordadas de sentir, con el delantal ajustado, respira lento, inspira cambios, crea. Ansiosa, casi compulsiva, porque todo lo que quiere lo quiere ya y trabaja para conseguirlo. En el arte: detallista, metódica, desordenada, reacción, humanidad, comprensión, respeto, lucha, ideales, ese espacio en el que no oculta su historia, tampoco la de sus padres, mucho menos la de su patria y escucha a Charly, a Spinetta y a Mercedes Sosa y a muchas otras mujeres cantoras. Se conoce demasiado, piensa en lo que debería haber hecho o cómo debería actuar o qué cosas la harían sentir mejor, con ella misma y con el resto, y su conclusión siempre es la misma: cualquier cosa la podría haber hecho mejor. Detrás del arte: tachos de pintura, pinceles, desorden, sus hermanos, el mate, aunque el mate siempre estuvo, una juntada con amigos, disparadores, proyectos y más proyectos. Le gusta comer y cocinar, más que nada cuando es para otros, siempre usa verduras y la tarta de manzana es su especialidad. Una cerveza por la tarde, quizás un fernet o dos, la televisión encendida y la creatividad descansa. Sueña con viajar, tener diferentes estilos de vida y aprender de otras culturas y sin dudarlo elegiría Italia o Venezuela, pero por sobre todos los países, Irlanda. Se sabe docente, aunque no de grado. Ojos tristes, esos que una noche, en un bar, con un vaso en la mano y la mirada perdida, encuentran otros ojos tristes, todavía más perdidos. Fucsia, azul, amarillo, violeta y verde, no sabría cuál elegir porque todos le gustan y ansía mirar el recorrido de su vida y ver una larga producción artística, pinturas, murales y trabajos en cerámica. Libertad en mosaico. Responsabilidad, compromiso y ese latido constante que es el miedo a fallarle a su familia, a sus amigos, a su pareja y más aun a ella misma. Ahora una mano sostiene su mano y entre el frío, el lago y la naturaleza, una voz cansada y feliz, le dice que todo está bien. Ella le cree, porque lo sabe, y él también lo cree, porque aunque no lo diga seguido prefiere la realidad que el falso optimismo, y ella cierra los ojos, algo se detiene y sonríe y crece y siente la helada, un pincen entre sus dedos, un lienzo dispuesto al arte, para sacudir conciencias, todas las que pueda, sobre todo la suya y disponerla a la aventura, a los colores, a los sueños, a la libertad. 


martes, 10 de mayo de 2016

Aquello que no se dice


Hace poco escuché a una mujer que contaba que su madre había muerto y que, desde ese momento, tiene la necesidad de ser tocada, de sentir otro cuerpo, una mano en su cara, un abrazo, algunos susurros, otras personas. Desesperación. Quizás alguien que le mienta, que le diga que la quiere, que es especial, que van a estar siempre juntos y que todo va a estar bien. No le importa que no sea cierto, ni siquiera es lo que ella quiere, pero le gustan esas mentiras y le gusta fingir que las cree. Fingió con tantas otras cosas, por qué no lo haría con eso. Pero ella, a sus amantes, no les dice nada, los mira en silencio, a veces les sonríe sin mostrar los dientes, porque esa sonrisa es solo para sus hijos. Le gusta tratar a los hombres igual que a la literatura, lo importante es aquello que no se dice. Un abismo. Porque lo que se menciona, se naturaliza. Después de su segundo libro, su hermano y algunos amigos dejaron de hablarle, muchos la juzgaron, otros solo no la entienden. Ella decidió dejar de correr atrás del rumor, ya no da explicaciones, como tampoco se ocupa de lo que el resto piense de ella. Que sea lo que sea y digan lo que quieran, porque nadie está exento de la crítica. Sabe que es mucho más difícil encontrar personas que de la nada digan algo bueno, que abracen sin que se los pidan, que escuchen sin atacar, que pidan perdón, que digan gracias, que sonrían, porque, por lo general, es más fácil encontrar a alguien que juzgue, que critique o que esté a la defensiva. Le da pánico convertirse en alguien que no saben lo que quiere o, mucho peor, que sabe lo que quiere, pero se pone demasiadas excusas para conseguirlo. Ella quería ser editora, conocida y exitosa, igual que su madre. No lo logró. La editorial que había fundado terminó en la quiebra, desempleada y sin novio, tal vez algún amante ocasional, nunca se le había pasado por la cabeza escribir, hasta que su madre murió y, con la muerte, perdió la vergüenza y encontró su voz. Cuantas cosas no hubiera dicho si su madre todavía estuviera viva. Lo intentó y lo hizo. Le gusta observar a las personas cuando buscan espacios para escapar un poco de la realidad: cuando toman alcohol o fuman, cuando están en bares o boliches, cuando se abrazan o se dan algún beso. Es fanática de Messi, de ir a la cancha y se sienta en la tribuna y ve pasar la vida. Esos 90 minutos llenos de adrenalina, igual que el sexo o la comida, solo instantes en los que se siente realmente viva. Prefiere reír que llorar y nunca se toma las cosas tan en serio, a pesar de que los padres de sus hijos se lo criticaran, aunque para ella fuera innegociable, porque es el legado más grande que le dejó su madre. 

sábado, 23 de abril de 2016

Mi hermana menor


Para un puesto de trabajo pedían una carta motivacional en la que se indicara: por qué se era apto para ese trabajo, los ídolos o aquellas personas a las que se admira y cómo se veía uno en cinco o diez años, entre otras cosas. ¿Mis ídolos? Pensé en muchos deportistas: Leo Messi, Lucha Aymar, Emmanuel Ginóbili, Paula Pareto, entre otros. Sí, son talentosos, sí, son diferentes, sí, son deportistas de otro planeta, pero en verdad, ninguno de ellos es mi fuente de inspiración y nunca lo fueron. Pensé en mis hermanos, en primer lugar, porque siempre fueron un motor en mí. En segundo lugar, porque son esas personas que querés, pero que también odias, que te quieren y que te odian y en todo momento te desafían y te hacen cambiar. Sin ir más lejos, mi hermana más chica, esa persona que saca lo peor y lo mejor de mí: juega al hockey, a veces tiene un carácter de mierda, a veces pura ternura, a veces un demonio. Me impacta lo generosa que puede llegar a ser y si apostáramos quién ganaría en una lucha entre las dos, aunque me duela, tengo que admitir que sería ella y por mucha diferencia, como también sería a la persona a la que le pediría que me defendiera ante cualquier eventualidad. No me acuerdo si ella tenía cinco o seis años cuando me vio llorar por culpa de mi novio de ese momento, no me dijo nada, de hecho yo no estaba al tanto de que me hubiera visto, pero cuando él volvió a mi casa, ella se le acercó, lo señaló con el índice y le dijo que no quería volver a verme llorar o le iba a tener que pegar. Cuando tenía tres años defendió a otro de mis hermanos (que en ese momento tenía cinco) cuando un chico más grande los molestaba en un pelotero y, hace no mucho, intentaron robarle el celular, no llegó a correr, ni a pedir ayuda, firme, seria, de frente al ladrón y dijo “no”. El ladrón la miró confundido, la agarró e intentó sacárselo, ella, sin pensarlo demasiado, le dio una piña y se quedó con el brazo y el puño levantado, si él avanzaba, ella volvería a pegarle. El ladrón se quedó paralizado, ella cada vez más firme, él cada vez más confundido y huyó y se escapó con alguien que lo esperaba en una moto.

Es terca, demasiado terca y no hay nada que no pueda lograr. No conozco otra persona tan determinante como ella. Se propone objetivos y los cumple. Simple. No espera reconocimiento, aunque cada vez que tiene un partido mira hacia afuera para ver si alguien la fue a ver. Es buena, divertida, a veces le gusta la música, a veces el silencio. No le gusta mucho ir al cine, aunque vio todas las películas que hay en Netflix. Es mi mejor amiga y un orgullo tenerla como hermana. Siempre quiere un poquito más, de todo y de todos. Inquieta, demasiado, sobre todo si ese día no tuvo que entrenar. Muy puntual y estructurada. Fría y distante para demostrar sus sentimientos, pero solo para aquellos que no tienen paciencia para mirarla a los ojos y descubrir a esa mujer sensible que se muestra todo el tiempo como pura fuerza. Fiel y leal con sus amistades. Muy exigente consigo misma. De esas personas extraordinarias que la convivencia los convierte en ordinarios. Cumple 18, quizás todavía no tiene muy en claro qué quiere de su futuro, pero desde siempre supo que va a ser una Leona. Lo sabe, no necesita más y está segura de que lo va a lograr, pero no sabe, o no se acuerda, de que ya lo es. 

miércoles, 13 de abril de 2016

Entrevista a Dante Spinetta y a Emmanuel Horvilleur





Entre la alquimia, la magia y las historias que cuentan en cada canción, en el presagio de su unión y en su amistad, buscando un salto de madurez, Emmanuel y Dante presentan el nuevo disco de Illya Kuryaki and theValderramasL.H.O.N (La Humanidad o Nosotros)”.

Si tuvieras que definirte ¿Cómo dirías que sos?
Dante Spinetta: Las cosas que quiero contar las cuento, lo hago con la música y con lo que me gusta compartir, aunque hay ciertas cosas que hay guardarse para uno. Me es necesario tener mi espacio, mi refugio de un montón de situaciones que son personales. La gente sabe quién soy. Soy un músico al que le gusta flashear, me gusta descubrir nuevos horizontes y mezclar pociones. Me gusta la alquimia en el sonido. Sí, soy un alquimista.

¿Cómo es tu proceso creativo, tenés algún método?
D.S.: De todas las maneras posibles. Hay veces que me estoy bañando y me surge una letra o una melodía y salgo y la grabo inmediatamente. Algunas veces estoy en el teclado, la guitarra, el bajo o la batería o estoy escribiendo algo en algún avión y cuando te baja la data hay que aprovechar y plasmarla. Esa magia siempre hay que aprovecharla. De golpe aparece algo que está bueno y tengo que registrarlo para no olvidarme. A veces es solo un instante, pensás en otra cosa y, en un segundo, te olvidaste. Por eso, siempre guardo todo en el celular porque después de ahí surgen canciones que están buenas.
Por lo general, o se podría decir que el 80% de las veces, surge primero la música, aunque a veces la música baja con la letra.

¿Cómo se complementan en el proceso creativo?
Emmanuel Horvilleur: Esa es la mágia de Illya Kuryaki: un ida y vuelta entre dos artistas que tenemos muchas cosas en común y otras no tanto. Es eso lo que nos gusta, el ida y vuelta y todo lo que se va generando.

Si fueses una canción ¿cuál serías?
D.S.: Si fuera una canción todavía no tengo final. El día que me muera terminaré esa canción, todavía no.

¿Qué música te gusta escuchar?
E. H.: En Spotify te puedo recomendar una playlist que hice para Citroën: es un playlist de 40 canciones. Están muy buenas. En cuanto a algún disco, estoy escuchando a un artista que se llama Miguel.

¿Cuál podrías decir que es tu tema preferido?
E.H.: Para dormir me gusta el silencio, pero hay discos con los que me quedé dormido y se metieron en mis sueños, entre ellos están: la música de una película que se llama “París, Texas” de Ry Cooder, muy bueno. También los discos de las baladas de Chet Baker de trompeta de jazz o Caen los blues.

Hace cuatro años volvieron conformar Illia Kuryak ¿Cuáles sentís que son las diferencias entre ser solista y volver a trabajar con Emmanuel?
D.S.: Con Emanuel somos amigos de toda la vida y nos volvimos a juntar para volver a recrear la química y la amistad arriba del escenario. Además, juntos nos salen cosas que están buenas. Estamos en un gran momento, por presentar un disco nuevo después de haber vuelto con “Chances” en 2012 y nos fue excelente, nos superaron las expectativas, ganamos grammys, ganamos de todo, la gente llenó todos los lugares en los que nos presentamos en Latinoamérica, tocamos en EEUU. Hay una especie de presagio super positivo en nuestra unión, en nuestra amistad. En el horóscopo chino Emmanuel es tigre y yo soy dragón y somos un dúo con fuego espiritual muy grande.

Si le pregunto a él qué piensa de vos ¿qué diría?
D.S.: Primero somos amigos, después viene todo lo demás. Siempre priorizamos la amistad ante todo. Cuando el 2000 nos separamos fue porque en ese momento queríamos hacer cosas distintas, nunca hubo peleas, solo ganas de ir por caminos distintos.

¿Qué es de las mejores cosas que te aporta Dante?
E.H.: Dante tiene un status alto de las canciones. En cuanto a la producción, siempre trata de llevarlas a una cosa magna. Eso le termina haciendo muy bien a las canciones. En lo personal es un amigo, aporta cosas buenas, vida.

Vos ¿Qué le aportás a él?
E.H.: Deben ser muchas cosas, pero calculo que, aunque tenga cara de culo, yo le aporto el humor.

¿Cuáles son sus próximos proyectos?
D.S.: En abril sale el disco nuevo, grabando a pleno, todo el día en el estudio. Lo grabamos en distintas partes del mundo, aunque muchas de las locaciones, por no decir casi todas, son acá en Buenos Aires. La parte de los vientos en Miniapolis, en la tierra de Prince. Después, en Praga, vamos a grabar las cuerdas y lo vamos a mezclar en los Angeles. Es un disco que va a llevar impresa toda esa energía mundial que fuimos recogiendo en todas las giras, pero es muy personal, muy nuestro, muy Buenos Aires, con ese crisol de razas y culturas del cual nosotros nos sentimos representantes.

¿Cuál es la impronta de Illia Kuryaki?
E.H.: Somos una banda que hacemos discos, de esos discos se desprenden canciones, pero somos una banda de la vieja escuela: nos interesa la obra y contar historias en las que después hay diferentes escenas. Lo que nos importa son los discos y sus títulos y que abarquen un poco lo que pensamos o intentamos dar a entender en los momentos en el que lo hacemos.

¿Cómo esperan llegarle a la gente?

D.S.: Nosotros hacemos música y la gente conecta o no, pero no nos podemos quejar porque hay muchísima gente que nos sigue en todos lados. Algunas veces más, algunas menos, pero el viaje es así, es el que elegimos. No importa tanto si después vendemos más o menos discos. A nosotros nos llena de orgullo nuestra movida, a la hora de irme a dormir, cerrar los ojos y pensar en que estoy haciendo lo que me gusta y estoy agradecido de tener fans y gente que me siga. Acá es todo libertad. Illia Kuryaki es una banda libre, no pertenecemos a ningún estilo, hacemos lo que se nos canta el culo. Eso es lo que le gusta a la gente que nos sigue, que pueden flashear. Los discos son diferentes entre sí, pero dentro de cada disco hay muchos planetas de esa galaxia o de los viajes que proponemos y es eso lo que nos convirtió en una banda con un sonido tan particular. 

Entrevista publicada en el #75 de la Revista Fuera de Hora, no dejes de buscarla. Es gratis!


lunes, 4 de abril de 2016

Entrevista a Hernán Casciari




Radicado definitivamente en la Argentina, el escritor y creador del blog Orsai, escritor de la obra “Más respeto que soy tu madre” que hace años representa Antonio Gasalla, hace radio una vez por semana en “Perrosde la Calle” con Andy Kusnetzoff y está haciendo “Obra en construcción”, una lectura de cuentos en vivo con actores, músicos, su madre, amigos y parientes en escena.

Después de 15 años de vivir en España ¿Ya estás radicado definitivamente en la Argentina?
Hace tres meses, que estoy acá. Me separé hace cuatro meses de mi ex mujer y me vine. Mi hija vive allá y arreglamos para vernos cada mes y medio.

¿Cómo tomaste la decisión de irte para allá?
No lo decidí. Gané un concurso de cuentos en Francia y cuando fui a recibir el premio, conocí una Catalana y me quedé. No fue una decisión meditada, de hecho acá tenía laburo y allá durante los dos primeros años estuve en negro porque no tenía ni papeles. Con el tiempo empecé a extrañar mucho, pero ya tenía una hija. Me costó muchos años volver.

¿Cómo fue que empezaste a escribir?
Mi viejo tenía una máquina, una máquina Olivetti viejísima, yo tenía dos o tres años y me alucinaba el mecanismo, me gustaba más que mis propios juguetes. Le pedí a mi viejo que me enseñara a usarla y él interpretó que me gustaba escribir, entonces me enseñó, empecé primer grado ya escribiendo muy bien y a máquina. A los 12 años empecé a trabajar en el diario de Mercedes haciendo crónicas deportivas, ganaba guita por escribir y me pareció divertido. Después empecé a hacer revistas en la escuela y no terminé el secundario para poder hacer más revistas. Me gusta mucho la imprenta y la distribución de medios. Me gusta todo el engranaje, de hecho a mis libros los trabajo absolutamente yo. No me gusta delegar eso. Escribir es algo más entre una bocha de cosas buenísimas que tiene comunicar.

¿Cuándo empezaste a escribir ficción?
Cuando empecé a escribir. Al principio los trabajos que conseguía de escritura eran en un diario y fingía que era periodista y empecé a inventar a los entrevistados para poder jugar a que estaba escribiendo cuentos. A los 19 fundé una revista que se llamó “La ventana de Mercedes” y las entrevistas que publicaba eran completamente falsas: a ladrones, a violadores, a astrólogos, que no existían. Las viejas del pueblo creían que eran reales, la otra mitad compartía códigos y entendía que todo era surrealista, pero se generaba mucha confusión. Empecé a jugar así. Después, internet me vino en bandeja para poder mentir, aunque yo ya había practicado bastante.

¿Cómo es tu proceso o cuáles son tus hábitos de escritura?
Los tenía, pero hace tres meses tuve un infarto y tuve que dejar todos los hábitos que tenía. Absolutamente noctámbulo, en la casa todos duermen, caos mental, un escritorio muy desarmado, rituales de humo, tabaquismo, el porro, cosas que ya no hago más, pero que hice durante los últimos 30 años. Desde hace tres meses esos hábitos cambiaron, igual que mi forma de escribir.

¿Cuán difícil te resultó cambiar esos hábitos?
El médico me dijo que no podía hacer más determinadas cosas y resultaron ser las únicas que hacía. En ese momento estaba en medio de ese proceso culpógeno por estar volviendo a la Argentina y una de las cosas que no podía hacer era tomar aviones. No podía volver a España, no era “no me quiero volver”, era “ya no puedo volver”. Me puse muy contento, el médico me estaba obligando a quedarme acá. Estoy tan contento de estar acá que no me costó nada. El infarto me ayudó a acomodar la cabeza.

Dijiste que “si hubieses tenido que elegir el peor momento para morir hubiera sido ese” ¿por qué?
El infarto me agarra en Uruguay, en una casa de campo en Montevideo, alejadísima de la ciudad, un domingo, en un lugar en el que no tenés obra social y la avenida que unía ese barrio con un hospital estaba atiborrada de gente de Peñarol que había salido campeón. Los anfitriones de la casa me subieron a un auto para llevarme al hospital que quedaba a 20 minutos de ahí, pero con ese tráfico podía ser una hora. Apenas salimos, el que me llevaba encuentra un patrullero y le dice “llevo un infartado” y el patrullero empieza a sonar la sirena, la gente se abría y nos hacía camino. A las seis cuadras otro patrullero y ya eran dos. Durante ese viaje pensaba en que me estaba muriendo, era consciente de que tenía que hacer fuerza para respirar, se me bajó la presión, sentía que me iba a desmayar, pero si me desmayaba no tenía la fuerza para seguir respirando y la quedaba ahí. Traté de no pensar mucho, de no sentir la emoción de estar muriendo, porque estar muriendo es un momento importante en la vida. No quería morirme y que apareciera la frase “murió de camino al hospital, casi llega”. Me salvaron de pedo.
El infarto me ordenó la vida, me sirvió de excusa y no solo para quedarme: estar vivo, estar acá, poder escribir, hacer un unipersonal en el teatro, es una yapa, es seguir jugando.

¿Cuál es tu mayor fracaso literario?
Desde hace 14 años escribo una vez por semana para el blog. Es imposible fracasar. Pero antes del Orsai, todo lo que escribí es un fracaso, de los 17 a los 32, cerca de diez mil páginas, todo inservible. Pensaba que ser escritor era ser inteligente, cagar más alto que el culo, ser prestigioso, usar polera negra, fumar en pipa, quería el rótulo, una mentira, un vago, porque en ese momento yo no estaba escribiendo, quería haber sido escritor. Lo único que siempre me salió bien eran las mentiras en el diario para que se lo creyeran las viejas del pueblo, ese sí era yo. Cuando dejé de querer ser escritor, me empecé a divertir, apareció internet y le empecé a escribir a la gente de Mercedes en una plataforma gigantesca. Me di cuenta de que mi voz era esa voz pelotuda. Escribo sobre las boludeces que sé, sobre la gente que conozco, sobre mis amigos y eso me pasó cuando creí que ya no podía ser escritor.

¿Cómo se generó el proyecto de “Una obra en construcción”?
Pergollini me invitó a leer cuentos en la radio, primero muy mal, después le encontré la vuelta, me bajé un programa de audio y a editar. Empecé a gustar leer mis cuentos, a la gente le gustaba, se reían y el año pasado un director me ofreció hacerlo en teatro. Hay cuentos en los que mi vieja participa, antes la imitaba yo, ahora lo hace ella, casi siempre me caga a pedos, me gritaba y lo hace igual que cuando era chico. También enrolla un diario y me pega.

¿Cuál podrías decir que es tu pasión?
Comunicar. Pensar en algo y que le llegue a la gente. Cuando a los 12 años escribía crónicas de básquet, la entregaba los viernes a la tarde y salía los sábados. La escribía en mi máquina, caminaba las cuatro cuadras con mi hoja hasta el diario, entregaba, veía como esa carilla pasaba a una plancha, el rodillo, la distribución, después te llevaban los diarios en bicis, tocaban el timbre y veía cómo pasaba por debajo de la puerta, mi abuela Chola lo abría, buscábamos lo mío y eso que había escrito el viernes a la tarde estaba en todas las casas del pueblo con mi nombre y mi apellido. Para mí eso era magia y lo sigue siendo.  


Entrevista publicada en la Revista Fuera de Hora, no dejes de buscarla. Es gratis!