martes, 27 de septiembre de 2016

Miedos



Si tuviera que hablar de mis miedos y aunque no lo soportara tuviera que contestar a qué le temo, y después de unos segundos de silencio y de la ansiedad de aquel que también espera en silencio, diría que lo que más me asusta es no ser amada o no ser suficiente o conformarme. Me desespera no escribir y perder el tiempo y seguir sin escribir una palabra. Tengo miedo a no perdonar, a vivir en el pasado, a odiar, a no sonreír cada día y olvidarme del dolor en mi estómago por reír a carcajadas, pero por sobre todas las cosas, a perder a mi madre y a mis hermanos y a no volver a encontrar nunca un hogar. Miedo a la soledad, pero ahora me genera mucho más miedo no tenerla. A llorar delante de alguien y que me considere débil y a no establecerme, nunca, en ningún lugar, con nadie. Miedo a no poder devolver tanta ayuda y a necesitar todavía más. Me aterra alejarme de mis amistades y sentirme sola y que sea mi culpa. Miedo a mi papá y a su indiferencia. A mirar a través de la ventana y no encontrar un árbol con hojas verdes, una flor, las estrellas o la luna y ser cursi. Miedo a la inocencia de una cerveza, de un café y hasta de un beso. A juzgar. Miedo a no volver a sentir el calor de sus abrazos. Miedo irracional a las cucarachas, a encontrarlas en el medio del camino y no saber hacia dónde ir o saltar o esperar a que se muevan, que sigan hacia cualquier lado mientras ruego que no sea hacia el mío y no me animo a pisarlas, al crujido de su muerte, al desconcertante movimiento de sus patas. Miedo a vivir para trabajar de algo que no me guste, al aburrimiento, a ser una esclava, a maltratarme y no ser creativa y no viajar y quedarme quieta. Me atormenta no ser una buena persona y compararme todo el tiempo conmigo misma y querer más, de todo, siempre. Miedo a mirarme en el espejo, a la tristeza en mis ojos, a la sonrisa falsa, a la profundidad de las arrugas en la mirada, a los mechones de pelo blanco y tener que pensar en teñirme y al cansancio, a que se note tanto ese cansancio y querer gritar y que me miren como a una loca y que no me importe, pero no lo hago, no grito. Miedo a los números impares, a la manipulación, a lo dicho, a quedarme sin palabras y a lo que nunca llegué a decir y quedarme sin encuentros y sin pasión y sin tiempo. Miedo a las uñas largas, a la violencia que retengo, a no cambiar o a cambiar tanto que ni siquiera pueda reconocerme. Miedo a no ser valiente, a rendirme, a sentir frío, demasiado frío, y tener las manos heladas, la nariz, también los pies y dolor y no encontrar unas manos que tomen las mías o un abrazo que me abrigue o una palabra de aliento o un amigo. Miedo a la pereza. A la sangre. A no dormir. A no escribir. Miedo.  

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