Con
el viento se arrasaba todo mi dolor, igual que el alcohol limpió toda la maldad
que había en la abuela, para volverse, sin quererlo y sin pensarlo nunca, otra
vez en una niña. Habla con inocencia y sonríe, olvida cada momento, cada día y
el pasado es su presente. Cualquier pregunta la confunde y ella disfraza el
olvido con palabras que la confunden todavía más. Sueña y habla con su madre,
la piel en sus manos es suave, demasiado suave, y persigo con mis dedos cada
arruga, las piernas flacas, tanto que le cuesta mantenerse mucho tiempo de pie
y los ojos tan claros, casi transparentes, y pienso que sí, que es cierto, que afuera
es Navidad y llueve, que el alcohol y el pasado y el viento arrasaron con todo
su dolor y también con el mío.
martes, 27 de diciembre de 2016
jueves, 22 de diciembre de 2016
No estás sola
Las dos manos en la taza, el olor a menta se mezcla con el frío de la habitación, con el ruido del aire acondicionado, con el pelo fucsia de ella, que a veces también es azul o de muchos colores, que ahora está en silencio, que escribe una historia, con sus diez palabras que son distintas a las mías. Acomodo mis anteojos, abro un libro y leo las primeras líneas para encontrar qué decir. Un perro ladra, pienso que quizás su dueño le enseña a sentarse y después de muchos intentos lo logra y como premio le da un caramelo. No puedo concentrarme, sus dedos de uñas largas color uva golpean las teclas, los tatuajes en sus manos, en sus brazos, en todo su cuerpo, son las marcas de la infelicidad provocada que eligió llevar, pero ella no piensa en el golpe de su escritura, solo en el hombre de su historia, que la espera en su casa, en silencio, quizás con la valija lista para partir, aunque ella no quiera, sabe que va a ser así, que también se va a llevar las fotos, sus revistas y la computadora, pero a ella qué le importan esas fotos si él ya no va a estar más ahí. Ella expresa su amor de la única manera que sabe: con dolor. Pretenciosa. Llena de vida para ser medio amada, con días eternos de soledad, sobre todo los feriados, en los que sale de su casa y camina a las tres de la tarde, debajo de ese sol que agobia, pero no tanto como sus pensamientos, y se compra unos zapatos rosas, de tachas, que sabe de poca utilidad. Vuelve a sus palabras, a la orfandad de su texto, en el que el personaje deja quemar las tostadas y cierra las persianas y busca la noche cada mañana y el pelo y la ropa y los muebles se impregnan de olor a quemado. Su texto es brillante, ella lo sabe y yo también. No estás sola, escribo en mi cuaderno. No estoy sola, escribe ella en el suyo. A veces las palabras hunden, la mayoría de las veces salvan y escribe, no siempre, para ser querida; y escribe, por obligación, para soportar la vida.
sábado, 10 de diciembre de 2016
Los Castagnola: el polo en la sangre
Se conocen como se conocen las familias, adentro y afuera
de la cancha. Los Castagnola, con la mirada puesta en el objetivo, con la idea
fija en marcar el gol, con el taco en alto, hoy son la promesa del poloargentino.
Camila Cambiaso los mira al costado de la cancha, cerca,
siempre cerca, las dos manos en la cara, a veces en silencio, a veces algún
grito, con esa preocupación y nervios de madre. Una mamá que los acompaña, que
les inculca el esfuerzo, que respeta cada una de sus decisiones, que está ahí, como
la necesiten, para su marido y para sus hijos.
Los chicos todavía son chicos y Lolo se los recuerda,
ellos juegan para ser profesionales y su papá prefiere que jueguen al polo, que
agarren ese polo del bueno, que se diviertan, pero en el momento en que decidan
ser profesionales que sea con convicción, laburo, mucho laburo y sacrificio y
tiempo.
Todos decían que Lolo estaba loco, quizás un poco
chiflado, que los chicos todavía eran unos nenes, pero él los ve en las
prácticas, arriba de los caballos, él los ve en su casa y todos los días se
habla de lo mismo y todos los días se siente lo mismo y él sabe de esa pasión y
de que para el polo ya no son unos nenes.
Jugaron la copa de la República y salió como esperaban:
entre abrazos y lágrimas, esa sensación inexplicable de ganar y de compartir la
cancha con sus hijos. Ellos juegan para ganar, pero Lolo se ocupa de
recordarles que sean humildes, que el respeto es fundamental y que sigan
metiendo golazos.
En la vida uno se pone objetivos y, tras el festejo
masivo de cada gol, el Abierto de San Jorge fue otra demostración de que cuando
se quiere se puede. Pensaban que se podía ganar, jugaron sin presión y
confiaban en que el equipo era muy bueno. Lolo marcaba los errores, quizás con
alguna que otra puteada, pero Barto y Jeta saben que es para ganar.
El esfuerzo de no rendirse, del colegio a los caballos,
de los caballos a la cancha, al mate, al polo. Barto disfruta de jugar con
gente que conoce y dice que no imita a su papá, en nada, pero ambos saben que
es su mayor influencia. La relación con su hermano, con Jeta, es muy buena,
siempre está, no sabe cómo, pero en la cancha, cuando mira hacia adelante,
siempre está. Lo admira, dice que tiene mucho taqueo y que aparece en momentos
claves. Serio y reservado, Barto de él no dice nada, lo demuestra en la cancha.
“¿Con quién hablás? ¿Apago la luz?”, pregunta Jeta
mientras Barto termina de hablar por teléfono, de dar la entrevista. Jeta apaga
la luz, al día siguiente tienen colegio, pero a ellos eso no les preocupa, hablan
de caballos y se duermen ansiosos porque el día siguiente es otro día de polo,
de cancha, de jugadas, juntos.
Revista Polo Live #36
miércoles, 9 de noviembre de 2016
Entrevista a Milena Busquets
No tenía planeado ser escritora, trabajó muchos años en
el mundo editorial, se quedó sin trabajo, murió su madre y esto la llevó a
escribir “También esto pasará”. En la novela, la escritora catalana habla de la
relación de amor entre una hija y su madre que acaba de morir, el libro ya fue publicado
en más de 30 idiomas y a fines de 2015 el productor argentino Daniel Burman
compró los derechos para adaptarla al cine.
¿Por
qué decidiste transformar la historia del duelo de tu madre en la novela
“También esto pasará”?
Hacía un año que había muerto mi madre, había terminado
varios proyectos laborales, no tenía dinero ni nada que hacer, no tenía nada y
un día, por primera vez, me encontré consciente de que estaba sola. Me senté
frente a la computadora y escribí el primer capítulo sin pensarlo demasiado.
Luego vino el resto. Me costó su muerte para decidirme a escribir cosas más
serias.
¿Escribir
este libro te ayudó a hacer catarsis?
Me alivia más leer que escribir. No creo que me haya
servido para hacer catarsis. En mi casa la escritora era ella y no podía
usurpar su puesto. No es casualidad que haya empezado a escribir arriesgándome
mucho más, después de que ella murió.
¿Es
una novela autobiográfica? ¿Cuánto hay de lo que en verdad pasó?
Hay mucho sobre la relación con mi madre, pero el resto
no es tan autobiográfico. Es una novela muy desinhibida que trata sobre la
relación que tenía Blanca (personaje principal) con la madre y cómo el sexo la
ayudó a sentirse viva. El sexo lo hace para consolarse, para distraerse de la
muerte.
¿Qué
crees que tu mamá pensaría acerca del libro?
Quizás hubiera estado un poco envidiosa, pero también le
hubiese gustado mucho, ella era muy egocéntrica, estaría muy contenta. Pero
también es cierto que si ella todavía estuviera viva yo no hubiese sido capaz
de escribirlo.
¿Es
por ese motivo que surgió la frase “lo contrario de la vida es el sexo”?
Esa frase surgió al final, durante el proceso de
reescritura. Para Blanca es muy importante tocar y ser tocados y el sexo le
recuerda que está viva. Es muy peligroso convertirse en un muerto viviente,
esos que están solos y nadie los toca y nadie los abraza.
Tu
mamá estuvo muy enferma al igual que la madre de Blanca ¿Cómo crees las
enfermedades cambian a los seres queridos?
La cercanía con la muerte es terrible. El dolor
transforma y empeora. Ella me culpaba de su enfermedad, decía que los médicos
le habían dicho que el párkinson había sido mi culpa. Sufrir te debilita, tanto
por una enfermedad o por tener mala suerte en la vida, te vuelve mezquino. Ella
estaba muy enojada y de a ratos era una persona muy malvada porque le estaban
quitando todo lo que tenía: su vida.
¿Qué
significa para vos el paso del tiempo?
Me preocupa más la muerte que el paso del tiempo. En definitiva
todos acabaremos muertos y eso me parece una brutalidad.
De
cualquier manera, te tomas las cosas con mucha ligereza ¿no es así?
El humor es un instrumento, un acto de rebeldía para que
no cunda el pánico. Mi generación es una generación más prudente, les da miedo
perder el control, quedarse sin dinero, no es nada tan grave, no es nada tan
definitivo. Mi vocación en la vida es divertirme.
Del
libro a la película con Daniel Burman.
Me pareció que era lo que tenía que hacer, venderle los
derechos a Burman. Ellos han sido muy amables y están interesados en que me
involucre, pero ser guionista es un trabajo muy distinto al de ser escritora y
yo no quiero ser guionista. El resto es libertad de otros. Está bien dejar a la
gente que haga lo que quiera. No soy controladora, soy una trabajadora en lo
que me toca.
Después
de escribir el libro ¿el dolor pasa?
No, se aprende a vivir con él. Pero yo creo que en la
vida hay que jugársela, sino ¿qué sentido tiene vivirla? La muerte de mi madre
me sigue pareciendo una cosa inaceptable, pero hay que dejar ir a los muertos,
que ese vacío se convierte en otra cosa y, como siempre digo, “también esto
pasará”.
Entrevista realizada para el #78 de la Revista Fuera de Hora.
martes, 1 de noviembre de 2016
A cualquier lugar
Camina, es de madrugada, le pesa el cuerpo, sobre todo esa
mochila que no quiere cargar, levanta el brazo, también el pulgar y espera que
algún auto o camión le abra la puerta, le ofrezca unos mates y lo lleve a algún
lado, a cualquier lugar, no le importa cuál, y aunque se convence de que esa es
la ruta que quiere seguir, preferiría estar acompañado. Camina descalzo,
errante, la suciedad de sus pies anchos envueltos en tierra y espera estar en
el desierto donde nadie pueda molestarlo porque, a pesar de ser bienvenido en
cualquier lugar, ninguna casa es su casa. Levanta una tienda para que pueda
entrar quien quiera, por hospitalidad, por locura, para ayudar y ser ayudado y
la ventaja de la tienda, la suya, es que puede irse en cualquier momento. Le
dice que “no” a los teléfonos, a los compromisos, a la rutina, al trabajo, a la
iglesia, pero no puede sostenerlo y trabaja de lo que venga para sobrevivir al
menos ese día, con suerte varios días y se enoja, porque no comparte ese estilo
de vida y se cansa de los mismos lugares y de las mismas personas y camina,
otra vez con la mochila en la espalda, y se aleja. Rechaza lo propio, las
pertenencias y que las puertas estén cerradas o que tengan llaves o candados.
En las personas busca bondad y compartir algunas cervezas, quizás también
emborracharse en soledad y se escapa de cualquier signo de normalidad o de
egoísmo. Él quiere sorprender y por azar encontrar gentileza, otras veces,
sonrisas y se desespera cuando solo encuentra oscuridad y silencios, con lo que
nadie quiere afrontar y siente miedo y camina rápido, cada vez más rápido y
finge distracción, pero está ahí, huye, con la mirada cansada y triste. Durante
el día se aburre, es el horario en el que a la gente le resulta fácil criticar
o juzgar y sufre porque quiere brindarse más, incluso a quienes no lo merecen,
pero nadie lo mira y él llama la atención, habla y habla y grita y ruega que lo
escuchen y nadie lo ve y su voz y sus historias se apagan. Sin paredes, con
anécdotas, sabe que va a morir, dentro de mucho, pero no falta tanto, porque no
es capaz de soportar tanta indiferencia. Piensa que la bondad es coraje, la
servicialidad, valentía. No cree en Dios, creen en los afectos. Inteligente,
emocional y analítico, el pelo rubio, los ojos celestes, a veces grises, y la
mirada dispersa. Con lucidez miente sus propias verdades hasta creerlas y se
olvidó de decirle a su madre que la quiere, a su padre que lo respeta, a sus
hermanos que son su mayor influencia, a todos, lo que quiere ser y a él,
repetirse una y otra vez, aquello en lo que no quiere convertirse o resignar, y
no le importa tanta mierda mientras tenga un vaso de cerveza en la mano. Ese
genio que nunca quiso ser porque no le interesa conquistar ningún rincón,
tampoco nació para demostrarle nada a nadie, porque en su peor momento solo muy
pocos le demostraron por qué tenía que levantarse de la cama. Se escapa, quiere
volver a ser el niño alegre que saltaba en el jardín de su casa, que no sentía
frío y que no toleraba perder, complacer a los demás y ser perfecto, ese niño bueno que siempre fue, el que todos esperan,
el que ya no es. Borracho de odio que no puede llegar a sentir, incómodo y al
pie de la intolerancia, ya no exige ningún tipo de atención. Sigue el humo con
la mirada, los ojos rojos, se reclina en la silla, se arroja contra la barra,
está en paz y se piensa feliz, sin reclamos. Mira su entorno, a los conocidos
de siempre y para muchos él ya no es tan conocido y ve lo que nadie quiere ver,
pero no puede expresarlo porque lo que está tan cerca no le permite palabras, y
se recuerda niño, con una pelota y una sonrisa, pero lo que está tan lejos es
un adorno que le genera demasiado vacío. Vive el presente y lee a Bukowski, escucha a Bob Dylan, también electrónica, y la
música le rompe los tímpanos y baila y salta y vuelve a bailar y mira las
estrellas, les habla para que no lo olviden, ya es de madrugada y un rugido en
el medio de la noche despierta a los vecinos. Apaga las luces. Ya siente el mar y el viento en la cara. Ese grito le
costó la voz, quizás también algunas lágrimas, porque ya no es un niño ni el
adulto que muchos exigen, ya no tiene casa ni hogar, solo tiene una tienda,
hospitalidad, recuerdos, algunos libros, sus cuadernos y una mochila, que va a
volver a cargar, para abandonar la ciudad, no para siempre, abandonarla un poco
y quizás, algún día, volver.
martes, 27 de septiembre de 2016
Miedos
Si tuviera que hablar de mis miedos y aunque no lo soportara tuviera que contestar a qué le temo, y después de unos segundos de silencio y de la ansiedad de aquel que también espera en silencio, diría que lo que más me asusta es no ser amada o no ser suficiente o conformarme. Me desespera no escribir y perder el tiempo y seguir sin escribir una palabra. Tengo miedo a no perdonar, a vivir en el pasado, a odiar, a no sonreír cada día y olvidarme del dolor en mi estómago por reír a carcajadas, pero por sobre todas las cosas, a perder a mi madre y a mis hermanos y a no volver a encontrar nunca un hogar. Miedo a la soledad, pero ahora me genera mucho más miedo no tenerla. A llorar delante de alguien y que me considere débil y a no establecerme, nunca, en ningún lugar, con nadie. Miedo a no poder devolver tanta ayuda y a necesitar todavía más. Me aterra alejarme de mis amistades y sentirme sola y que sea mi culpa. Miedo a mi papá y a su indiferencia. A mirar a través de la ventana y no encontrar un árbol con hojas verdes, una flor, las estrellas o la luna y ser cursi. Miedo a la inocencia de una cerveza, de un café y hasta de un beso. A juzgar. Miedo a no volver a sentir el calor de sus abrazos. Miedo irracional a las cucarachas, a encontrarlas en el medio del camino y no saber hacia dónde ir o saltar o esperar a que se muevan, que sigan hacia cualquier lado mientras ruego que no sea hacia el mío y no me animo a pisarlas, al crujido de su muerte, al desconcertante movimiento de sus patas. Miedo a vivir para trabajar de algo que no me guste, al aburrimiento, a ser una esclava, a maltratarme y no ser creativa y no viajar y quedarme quieta. Me atormenta no ser una buena persona y compararme todo el tiempo conmigo misma y querer más, de todo, siempre. Miedo a mirarme en el espejo, a la tristeza en mis ojos, a la sonrisa falsa, a la profundidad de las arrugas en la mirada, a los mechones de pelo blanco y tener que pensar en teñirme y al cansancio, a que se note tanto ese cansancio y querer gritar y que me miren como a una loca y que no me importe, pero no lo hago, no grito. Miedo a los números impares, a la manipulación, a lo dicho, a quedarme sin palabras y a lo que nunca llegué a decir y quedarme sin encuentros y sin pasión y sin tiempo. Miedo a las uñas largas, a la violencia que retengo, a no cambiar o a cambiar tanto que ni siquiera pueda reconocerme. Miedo a no ser valiente, a rendirme, a sentir frío, demasiado frío, y tener las manos heladas, la nariz, también los pies y dolor y no encontrar unas manos que tomen las mías o un abrazo que me abrigue o una palabra de aliento o un amigo. Miedo a la pereza. A la sangre. A no dormir. A no escribir. Miedo.
martes, 13 de septiembre de 2016
Cosas
Le
digo que nada, que no quiero más cosas, para qué tanta ropa, vasos y platos y
sillas vacías, adornos que juntan polvo, libros sin leer, una televisión
encendida, una mesa llena de papeles, en definitiva, dueña de tantas cosas y,
al mismo tiempo, una prisionera, dueña de nada. Y vuelve a su cuaderno, a sus
preguntas estudiadas, aunque en realidad le intriga por qué tanto extremismo,
pero me pregunta ¿por qué escribo? Y yo le contesto que porque necesitaba ser
dueña de algo, y va a negar, lento, achica la mirada y me va a decir que
es contradictorio, ¿no? Y yo lo admito, le digo que sí, que es desconcertante, para
mí y para usted, pero no sería algo material, sería dueña de una historia, la
de mi casa, la de mis hermanos, la mía, porque quién no quiere contar, algo, lo
que sea. Usted frunce los labios y afirma y me pregunta qué pasa después y yo,
con la mirada en mis manos, en mis dedos sin anillos, le contesto que un
anticipo, dinero por palabras que llenarían mis silencios de críticas y
halagos, y cada lector, en cada frase, buscaría una mentira y una verdad, y de
la pobreza a las cortinas, a los almohadones, a la ropa importada y a los perfumes,
otra televisión, más libros y página tras página de soledad. Usted ahora no
habla, ni mueve la cabeza, tampoco me mira a los ojos, busca en su cuaderno
cómo continuar y yo, sin dejar que usted mueva los labios, le pido que me mire,
usted levanta la vista, y yo me inclino cerca, muy cerca de su mirada y le
susurro que con el tiempo, se prefiere la cordura a las cosas, los secretos a
las verdades, porque los secretos tan abiertos, tan accesibles, de frente y a
los gritos, nadie los ve. Y me pregunta qué quiero, y si hoy usted a mi pudiera
concederme un deseo, aquello que más anhelara, y yo le pregunto ¿cualquier cosa?
Y Usted me dice que sí, que cualquier cosa, que qué pediría, y yo, que sé que
no hay forma de que usted me de aquello que quiero, le diría que una noche de
invierno, una sonrisa, un abrazo, cosas.
viernes, 15 de julio de 2016
Retrato de Zahra
Un
año en el extranjero, un par de valijas, exceso de equipaje y no quiere
pagarlo, pero no le queda otra y no sabe si quiere irse o quedarse, porque
tiene que volver a la universidad, convertirse en abogada y abrazar a sus
padres y pedirles perdón por no haberlos entendido o acompañado, incluso aunque
ella solo fuera una niña. Tiene que irse porque no le gustan los cambios de
planes, mucho menos rendirse, pero está muy feliz con su rutina y aunque estuvo
en muchas partes del mundo y está cansada porque quisiera estar en su casa,
después de tanto tiempo ya no recuerda cuál es su casa porque la tuvo en
distintas personas y en distintos países. Mira a la gente y a los lugares con
los ojos grandes, casi negros, curiosos, los que esperan encontrarlo todo, y
habla en cada silencio, porque de chica le dijeron que era de mala educación no
hablar, por eso prefiere escuchar porque solo de esa forma funciona su “don” de
leer a las personas como si las conociera de toda la vida y sabe a qué le
temen, en qué son inseguros, cuáles son sus fortalezas, sus debilidades y las
apoya para que luchen por sus sueños y entiende sin juzgar y ayuda sin pedir. Se
esfuerza por hablar en argentino y después de unos días pregunta si le sale
mejor, aunque se frustra cuando le dicen que su tonada es más parecida a la
colombiana. Sus frases prohibidas son “no puedo” y “tengo miedo”, no porque no
quisiera admitirlo, sino porque ni siquiera se le ocurre pensarlo, pero sabe,
al contrario, que su determinación y fortaleza inspiran miedo. Cocina para sus
amigos y sigue la cadencia de la música, mueve los hombros, se agarra el pelo,
la cadera y las piernas al ritmo de “bailar, bailar, bailar” de Jorge Drexler,
una copa de vino o dos o tres, quizás toda la botella, y cierra los ojos y
sigue la música, aunque en seguida va a buscar otro tema para bailar y escucha
una y otra vez las mismas canciones mientras revuelve las verduras, agrega el
ajo, las especias y se siente viva y loca, sobre todo en aquellas ciudades
donde la gente es mucho más seria. Muy apegada al rigor de las normas, a la
perfección y la obligatoriedad de las reglas, porque las reglas de los juegos
están para cumplirse, para hacerlos más divertidos y para que gane el mejor y
ella, concentrada y competitiva, en todo quiere ser la mejor y quiere ganar,
siempre. Inquieta, sin botón de off,
salvo cuando tiene resaca y quiere seguir, pero no puede y habla suave y lento
mientras se le cierran los ojos. De a ratos, insegura, sobre todo con los
hombres, porque no tienen la valentía de enfrentarla y ella, no tiene la
paciencia suficiente para dejar que las cosas pasen. Feliz, siempre feliz y de
incontrolable torpeza cuando está borracha. Carga sobre los hombros la
necesidad de ser la hija perfecta y sabe que su papá es su mayor influencia y
que va a tener que tener mucha paciencia para no levantar la voz ni discutir
por cualquier cosa y su mamá es alguien a quien quiere, con desesperación, entender,
sobre todo después del divorcio y de culparla y quiere estar ahí para ella, con
todo, pero se vuelven frías y distantes porque no quieren demostrar de más y
ella se pregunta “¿por qué no me permito sentir?” y se esfuerza por llorar, por
parecer más humana, aunque le duele y no lo demuestra, hasta que la sonrisa y
el sollozo son lo mismo y se tapa la cara con las manos, sus dedos mojados en
lágrimas y dice que está fea, muy fea y le da vergüenza porque no puede tolerar
que alguien pudiera pensar que ella es débil y ríe con fuerza para terminar con
el llanto y pasar, al menos, a otro tema. Siempre en movimiento, rebelde y
libre en la adolescencia. Mira las valijas, en unos minutos va a llegar el taxi
y recorre el departamento con la mirada: la casa vieja y sucia, de platos sin
lavar y más envases de cervezas que comida, en la que vivió con cinco hombres,
dos que ya se fueron y los otros a esa hora trabajan y le hubiese gustado que
sus amigos estuvieran para despedirla, pero no se los dijo y tampoco lo admite
porque no le gustan las despedidas. En el balcón, el frío es intenso y ella
igual sonríe. Nunca imaginó vivir así, en ese departamento tan deprimente con
gente que la hizo tan feliz. Aprieta los ojos, respira la helada, se abraza con
fuerza, ese abrazo es su “adiós”, su manera de estar en el presente y de
prepararse para lo que viene. Suena el timbre, le hubiese gustado fumarse un
cigarrillo, despacio abre los ojos, otra vez respira frío y no le importa
sentirlo ni en la cara ni en las manos porque prefiere congelarse a que el taxista
la vea llorar. Mira las valijas, se pone la campera, deja las llaves adentro y
cierra la puerta: no importa el exceso de equipaje, está segura de que va a
volver.
“When
someone loves you, you feel it, you know it without words. They are there when
you need them, when you are at your lowest... they accept you for who you are
and they don’t judge you or punish you for it... All they need to be...is there”.
domingo, 3 de julio de 2016
Entrevista al escritor Mario Vargas Llosa
No solamente es premio Nobel de Literatura, es un personaje que siempre tiene un pinto de vista que escuchar. Continúa escribiendo novelas y después de 3 años de inactividad en el rubro, publicó "Cinco esquinas". Los detalles de cómo surgió esta historia y algunas miradas de la vida profesional del autor.
¿Cómo
surgió la idea de tu último libro “Cinco esquinas”?
Es muy misterioso cómo nacen las historias que escribo. No
decido con la libertad con que decido escribir un artículo, en el caso de la
novela siempre se da un proceso mucho más misterioso: surge una imagen, algo
que nace de un hecho verídico y poco a poco, sin darme cuenta, esa imagen es un
fantaseo o juego mental sobre algo en lo que empiezo a pensar, pero sin tener
la idea sobre lo que voy a escribir y empiezo a tomar notas y surge. De esa manera
escribí todas mis historias.
“Cinco esquinas” se da por algo que vivimos todos los peruanos
durante los años de la dictadura de Fujimori. Se contrataban a periodistas
especializados en la chismografía y en el escándalo y muchas veces escándalos
inventados y calumniosos en referencia a los críticos del régimen. Tenía la idea
de escribir una historia que de alguna manera mostrara esa parte de la
dictadura y creo que ese fue el motor a partir del cual empecé a tomar notas y hubo
otras cosas que fueron apareciendo, pero solo al final tenía una idea en
conjunto, en verdad la historia se fue conformando en el transcurso de la
escritura.
¿Por
qué ese barrio?
El barrio le daba cierto simbolismo al título, fe muy
importante en la época de la Colonia, luego de ese esplendor entró en
decadencia, pero tuvo una cierta resurrección a partir del siglo XX porque se
convirtió en el barrio de la música criolla, de hecho iba mucho la gente a
escuchar música. Felipe Pinglo, el más grande compositor de música peruana,
nació en ese barrio. Luego el barrio entró en una decadencia terrible y hoy en día
es muy violento, muy marginal, principalmente por el asunto de las drogas.
¿Qué
tiene que ver con tu enfrentamiento a Fujimori? ¿Es una especie de ajuste de
cuentas?
No, en absoluto. Siendo candidato me di cuenta de que no tenía
ninguna vocación política. Ganó Fujimori y me devolvió a la literatura, a mi
vocación. Sí siento que Fujimori hizo muchísimo daño al Perú, él ganó una
elección libremente, fue reconocido por todos los peruanos como presidente y a
los dos años convirtió en el peor delito que se puede cometer en la política: impuso
una dictadura muy corrupta y muy sanguinaria que fue muy dañina para el país. Recordarles
esto a los peruanos no está mal. Precisamente en este momento en que su hija
tiene muchas oportunidades de llegar al poder.
¿Cómo
fueron tomando importancia algunos de los personajes?
Hubo personajes que se fueron imponiendo, como por
ejemplo el de La Petaquita, que empezó como un personaje muy menor, secundario
y, sin embargo, fue creciendo y se terminó imponiendo y pasó de ser un
personaje secundario a un central. O Juan Peineta, que iba a ser un personaje
pintoresco y de pronto ese personaje tiene consistencia y tiene cada vez más
espacio en la historia y termina siendo casi una figura.
En
la novela hablas del sexo como salvación ¿Cómo llegaste a eso?
Hay circunstancias en las que el sexo surge como una
tabla para la salvación. En el final de la dictadura, había terrorismo de Estado,
el Estado ejecutaba personas, había delincuencia, toque de queda, incertidumbre,
demasiada incertidumbre y nadie sabía qué iba a venir después. Entonces, esa
incertidumbre e inseguridad, muchas veces incentiva la vida sexual. Quizás no
se hubieran dado muchas experiencias si no se hubiera dado ese combo de
paranoia que te llevan a vivir experiencias que te sacan de ese pozo
deprimente.
En
la novela se da una fuerte denuncia al periodismo amarillista, ¿es así?
El periodismo amarillista aparece en nuestro tiempo y es
la conversión de la cultura en una forma de entretenimiento. La cultura se ha
frivolizado, llega a todo el mundo y abarca al conjunto entero de la sociedad,
ya no existe el monopolio de para una elite. Una cultura que se vuelve
entretenimiento, es una cultura que adormece, que retarda y genera actitudes
pasivas. Con esto la cultura pierde algo importantísimo, que es la de curar el
desasosiego, adquirir una actitud crítica de rebeldía contra el mundo tal como
es. La cultura nos mostraba que el mundo está mal hecho y provocaba en nosotros
una necesidad de cambio. La cultura como diversión pierde el efecto de
despertar la crítica o la disconformidad y el periodismo amarillo es una
consecuencia de eso, nada resulta tan divertido como escarbar la vida privada
de la gente, transgredir lo privado, mostrar la intimidad, se convirtió en una
función del periodismo, del peor periodismo.
¿Cómo
fue el proceso creativo de “Cinco Esquinas”?
En el proceso de la creación todas esas cosas iban
surgiendo, muchas veces yo no me las esperaba y me sorprendían. La mayor parte
de los escritores pierden un poco el control de las historias que escriben,
porque hay fuerzas de la propia historia que empujan o van en direcciones que
para uno resultan sorpresivas.
¿Parte
de tu obra se hizo con cartografía y otra parte con improvisación?
Para empezar a escribir necesito tener un esquema, no
podría sentarme a escribir una historia sin tener una trayectoria. Dónde
empieza y dónde termina la historia, los personajes, cómo se cruzan los
destinos de esos personajes, un simple esquema de la historia y eso me da la
seguridad mínima que me permite empezar a escribir. Luego, la primera versión
me cuesta mucho trabajo, porque es una lucha para tener confianza de que la
historia va a salir correctamente. Cuando comienzo a rehacer es distinto, a mí
no me gusta tanto escribir como reescribir. Cuando empiezo a rehacer, a cortar,
a reescribir, ese es mi verdadero placer.
¿Cuál
es tu método de escritura?
Trabajo de una manera muy disciplinada, tal como decía
Flaubert “escribir es una manera de vivir”. Para mí, las mañanas son las horas
más creativas. Pero no me gusta la idea del escritor apartado del mundo, me
gusta tener un pie fuera del escritorio, en la calle y hacer periodismo. Cuando
escribo novelas u obras de teatro me aparto, con los artículos estoy más vinculado
con la actualidad. Hay un riesgo en aislarse demasiado, cortarse de la realidad
es un peligro terrible porque se corta la inspiración.
Dijiste
que hace poco fue el momento más feliz de tu vida ¿Por qué?
El momento más feliz de mi vida como escritor fue una
cena en lo de Cármen Balcells, una queridísima amiga y mi agente literaria,
quien tenía una carta de la Editorial Gallimard de Francia y me dijo que no la
leyera hasta el final de la cena y yo con mucha curiosidad, esperé. Después de
cenar, la abrí, era de Antoine Gallimard, el director de la Editorial, quien se
la había enviado a Carmen y le decía que había llegado la hora de meterme en la
Pléiade y, para mí, esa noticia fue de inmensa felicidad. Aprendí francés para
leer a los escritores en su propia lengua y concebí una admiración muy grande por
los escritores que pertenecen a esa colección, ellos nunca dejarán de vivir
como escritores porque esa colección les asegura la inmortalidad. La idea de
entrar con mis obras me dio tanta satisfacción que ni siquiera haber ganado el
Premio Nobel me dio tantas satisfacciones.
jueves, 9 de junio de 2016
Fucsia, azul, amarillo, violeta, verde: Blanca
Blanca
elige sus propios colores. Sonríe sin mostrar los dientes, casi avergonzada, pero
cuando está feliz no necesita controlar más su risa y vuelve a ser una niña
caprichosa, infantil, divertida y loca. Habla pausado, demasiado pausado, y de
todo sabe un poco, hasta que su voz empieza a gastarse y habla muy bajo, con
frases sin decir y se apaga y todo se resume al silencio. Rulos, vida y de ella
¿qué sería sin el arte? Concentrada, con los dedos llenos de pintura y las
ganas desbordadas de sentir, con el delantal ajustado, respira lento, inspira
cambios, crea. Ansiosa, casi compulsiva, porque todo lo que quiere lo quiere ya
y trabaja para conseguirlo. En el arte: detallista, metódica, desordenada, reacción,
humanidad, comprensión, respeto, lucha, ideales, ese espacio en el que no
oculta su historia, tampoco la de sus padres, mucho menos la de su patria y
escucha a Charly, a Spinetta y a Mercedes Sosa y a muchas otras mujeres
cantoras. Se conoce demasiado, piensa en lo que debería haber hecho o cómo
debería actuar o qué cosas la harían sentir mejor, con ella misma y con el
resto, y su conclusión siempre es la misma: cualquier cosa la podría haber
hecho mejor. Detrás del arte: tachos de pintura, pinceles, desorden, sus
hermanos, el mate, aunque el mate siempre estuvo, una juntada con amigos, disparadores,
proyectos y más proyectos. Le gusta comer y cocinar, más que nada cuando es
para otros, siempre usa verduras y la tarta de manzana es su especialidad. Una
cerveza por la tarde, quizás un fernet o dos, la televisión encendida y la
creatividad descansa. Sueña con viajar, tener diferentes estilos de vida y aprender
de otras culturas y sin dudarlo elegiría Italia o Venezuela, pero por sobre
todos los países, Irlanda. Se sabe docente, aunque no de grado. Ojos tristes,
esos que una noche, en un bar, con un vaso en la mano y la mirada perdida,
encuentran otros ojos tristes, todavía más perdidos. Fucsia, azul,
amarillo, violeta y verde, no sabría cuál elegir porque todos le gustan y ansía
mirar el recorrido de su vida y ver una larga producción artística, pinturas,
murales y trabajos en cerámica. Libertad en mosaico. Responsabilidad,
compromiso y ese latido constante que es el miedo a fallarle a su familia, a
sus amigos, a su pareja y más aun a ella misma. Ahora una mano sostiene su mano
y entre el frío, el lago y la naturaleza, una voz cansada y feliz, le dice que
todo está bien. Ella le cree, porque lo sabe, y él también lo cree, porque aunque
no lo diga seguido prefiere la realidad que el falso optimismo, y ella cierra
los ojos, algo se detiene y sonríe y crece y siente la helada, un pincen entre
sus dedos, un lienzo dispuesto al arte, para sacudir conciencias, todas las que
pueda, sobre todo la suya y disponerla a la aventura, a los colores, a los
sueños, a la libertad.
martes, 10 de mayo de 2016
Aquello que no se dice
Hace
poco escuché a una mujer que contaba que su madre había muerto y que, desde ese
momento, tiene la necesidad de ser tocada, de sentir otro cuerpo, una mano en
su cara, un abrazo, algunos susurros, otras personas. Desesperación. Quizás alguien que le
mienta, que le diga que la quiere, que es especial, que van a estar siempre
juntos y que todo va a estar bien. No le importa que no sea cierto, ni siquiera
es lo que ella quiere, pero le gustan esas mentiras y le gusta fingir que las
cree. Fingió con tantas otras cosas, por qué no lo haría con eso. Pero
ella, a sus amantes, no les dice nada, los mira en silencio, a veces les sonríe
sin mostrar los dientes, porque esa sonrisa es solo para sus hijos. Le gusta
tratar a los hombres igual que a la literatura, lo importante es aquello que no
se dice. Un abismo. Porque lo que se menciona, se naturaliza. Después de su
segundo libro, su hermano y algunos amigos dejaron de hablarle, muchos la
juzgaron, otros solo no la entienden. Ella decidió dejar de correr atrás del
rumor, ya no da explicaciones, como tampoco se ocupa de lo que el resto piense
de ella. Que sea lo que sea y digan lo que quieran, porque nadie está exento de
la crítica. Sabe que es mucho más difícil encontrar personas que de la nada
digan algo bueno, que abracen sin que se los pidan, que escuchen sin atacar, que
pidan perdón, que digan gracias, que sonrían, porque, por lo general, es más
fácil encontrar a alguien que juzgue, que critique o que esté a la defensiva.
Le da pánico convertirse en alguien que no saben lo que quiere o, mucho peor,
que sabe lo que quiere, pero se pone demasiadas excusas para conseguirlo. Ella
quería ser editora, conocida y exitosa, igual que su madre. No lo logró. La
editorial que había fundado terminó en la quiebra, desempleada y sin novio, tal
vez algún amante ocasional, nunca se le había pasado por la cabeza escribir,
hasta que su madre murió y, con la muerte, perdió la vergüenza y encontró su
voz. Cuantas cosas no hubiera dicho si su madre todavía estuviera viva. Lo
intentó y lo hizo. Le gusta observar a las personas cuando buscan espacios para
escapar un poco de la realidad: cuando toman alcohol o fuman, cuando están en
bares o boliches, cuando se abrazan o se dan algún beso. Es fanática de Messi,
de ir a la cancha y se sienta en la tribuna y ve pasar la vida. Esos 90 minutos
llenos de adrenalina, igual que el sexo o la comida, solo instantes en los que
se siente realmente viva. Prefiere reír que llorar y nunca se toma las cosas
tan en serio, a pesar de que los padres de sus hijos se lo criticaran, aunque para
ella fuera innegociable, porque es el legado más grande que le dejó su madre.
sábado, 23 de abril de 2016
Mi hermana menor
Para
un puesto de trabajo pedían una carta motivacional en la que se indicara: por
qué se era apto para ese trabajo, los ídolos o aquellas personas a las que se admira
y cómo se veía uno en cinco o diez años, entre otras cosas. ¿Mis ídolos? Pensé
en muchos deportistas: Leo Messi, Lucha Aymar, Emmanuel Ginóbili, Paula Pareto,
entre otros. Sí, son talentosos, sí, son diferentes, sí, son deportistas de
otro planeta, pero en verdad, ninguno de ellos es mi fuente de inspiración y
nunca lo fueron. Pensé en mis hermanos, en primer lugar, porque siempre fueron
un motor en mí. En segundo lugar, porque son esas personas que querés, pero que
también odias, que te quieren y que te odian y en todo momento te desafían y te
hacen cambiar. Sin ir más lejos, mi hermana más chica, esa persona que saca lo
peor y lo mejor de mí: juega al hockey, a veces tiene un carácter de mierda, a
veces pura ternura, a veces un demonio. Me impacta lo generosa que puede llegar
a ser y si apostáramos quién ganaría en una lucha entre las dos, aunque me
duela, tengo que admitir que sería ella y por mucha diferencia, como también
sería a la persona a la que le pediría que me defendiera ante cualquier
eventualidad. No me acuerdo si ella tenía cinco o seis años cuando me vio
llorar por culpa de mi novio de ese momento, no me dijo nada, de hecho yo no
estaba al tanto de que me hubiera visto, pero cuando él volvió a mi casa, ella
se le acercó, lo señaló con el índice y le dijo que no quería volver a verme
llorar o le iba a tener que pegar. Cuando tenía tres años defendió a otro de
mis hermanos (que en ese momento tenía cinco) cuando un chico más grande los
molestaba en un pelotero y, hace no mucho, intentaron robarle el celular, no
llegó a correr, ni a pedir ayuda, firme, seria, de frente al ladrón y dijo “no”.
El ladrón la miró confundido, la agarró e intentó sacárselo, ella, sin pensarlo
demasiado, le dio una piña y se quedó con el brazo y el puño levantado, si él
avanzaba, ella volvería a pegarle. El ladrón se quedó paralizado, ella cada vez
más firme, él cada vez más confundido y huyó y se escapó con alguien que lo
esperaba en una moto.
Es
terca, demasiado terca y no hay nada que no pueda lograr. No conozco otra
persona tan determinante como ella. Se propone objetivos y los cumple. Simple.
No espera reconocimiento, aunque cada vez que tiene un partido mira hacia
afuera para ver si alguien la fue a ver. Es buena, divertida, a veces le gusta
la música, a veces el silencio. No le gusta mucho ir al cine, aunque vio todas
las películas que hay en Netflix. Es mi mejor amiga y un orgullo tenerla como
hermana. Siempre quiere un poquito más, de todo y de todos. Inquieta,
demasiado, sobre todo si ese día no tuvo que entrenar. Muy puntual y estructurada.
Fría y distante para demostrar sus sentimientos, pero solo para aquellos que no
tienen paciencia para mirarla a los ojos y descubrir a esa mujer sensible que
se muestra todo el tiempo como pura fuerza. Fiel y leal con sus amistades. Muy exigente consigo
misma. De esas personas extraordinarias que la convivencia los convierte en
ordinarios. Cumple 18, quizás todavía no tiene muy en claro qué quiere de su
futuro, pero desde siempre supo que va a ser una Leona. Lo sabe, no necesita
más y está segura de que lo va a lograr, pero no sabe, o no se acuerda, de que ya
lo es.
miércoles, 13 de abril de 2016
Entrevista a Dante Spinetta y a Emmanuel Horvilleur
Entre la alquimia, la magia y las historias que cuentan
en cada canción, en el presagio de su unión y en su amistad, buscando un salto
de madurez, Emmanuel y Dante presentan el nuevo disco de Illya Kuryaki and theValderramas “L.H.O.N (La Humanidad o Nosotros)”.
Si tuvieras que definirte ¿Cómo dirías que sos?
Dante Spinetta: Las cosas que quiero contar las cuento, lo
hago con la música y con lo que me gusta compartir, aunque hay ciertas cosas que
hay guardarse para uno. Me es necesario tener mi espacio, mi refugio de un
montón de situaciones que son personales. La gente sabe quién soy. Soy un
músico al que le gusta flashear, me gusta descubrir nuevos horizontes y mezclar
pociones. Me gusta la alquimia en el sonido. Sí, soy un alquimista.
¿Cómo
es tu proceso creativo, tenés algún método?
D.S.: De todas las maneras posibles. Hay veces que me
estoy bañando y me surge una letra o una melodía y salgo y la grabo
inmediatamente. Algunas veces estoy en el teclado, la guitarra, el bajo o la
batería o estoy escribiendo algo en algún avión y cuando te baja la data hay
que aprovechar y plasmarla. Esa magia siempre hay que aprovecharla. De golpe
aparece algo que está bueno y tengo que registrarlo para no olvidarme. A veces
es solo un instante, pensás en otra cosa y, en un segundo, te olvidaste. Por
eso, siempre guardo todo en el celular porque después de ahí surgen canciones
que están buenas.
Por lo general, o se podría decir que el 80% de las veces,
surge primero la música, aunque a veces la música baja con la letra.
¿Cómo
se complementan en el proceso creativo?
Emmanuel Horvilleur: Esa es la mágia de Illya Kuryaki: un
ida y vuelta entre dos artistas que tenemos muchas cosas en común y otras no
tanto. Es eso lo que nos gusta, el ida y vuelta y todo lo que se va generando.
Si
fueses una canción ¿cuál serías?
D.S.: Si fuera una canción todavía no tengo final. El día
que me muera terminaré esa canción, todavía no.
¿Qué
música te gusta escuchar?
E. H.: En Spotify te puedo recomendar una playlist que
hice para Citroën: es un playlist de 40 canciones. Están muy buenas. En cuanto
a algún disco, estoy escuchando a un artista que se llama Miguel.
¿Cuál
podrías decir que es tu tema preferido?
E.H.: Para dormir me gusta el silencio, pero hay discos
con los que me quedé dormido y se metieron en mis sueños, entre ellos están: la
música de una película que se llama “París, Texas” de Ry Cooder, muy bueno.
También los discos de las baladas de Chet Baker de trompeta de jazz o Caen los
blues.
Hace
cuatro años volvieron conformar Illia
Kuryak ¿Cuáles sentís que son las diferencias entre ser solista y volver a trabajar con
Emmanuel?
D.S.: Con Emanuel somos amigos de toda la vida y nos
volvimos a juntar para volver a recrear la química y la amistad arriba del
escenario. Además, juntos nos salen cosas que están buenas. Estamos en un gran
momento, por presentar un disco nuevo después de haber vuelto con “Chances” en
2012 y nos fue excelente, nos superaron las expectativas, ganamos grammys,
ganamos de todo, la gente llenó todos los lugares en los que nos presentamos en
Latinoamérica, tocamos en EEUU. Hay una especie de presagio super positivo en
nuestra unión, en nuestra amistad. En el horóscopo chino Emmanuel es tigre y yo
soy dragón y somos un dúo con fuego espiritual muy grande.
Si le
pregunto a él qué piensa de vos ¿qué diría?
D.S.: Primero somos amigos, después viene todo lo demás.
Siempre priorizamos la amistad ante todo. Cuando el 2000 nos separamos fue
porque en ese momento queríamos hacer cosas distintas, nunca hubo peleas, solo
ganas de ir por caminos distintos.
¿Qué
es de las mejores cosas que te aporta Dante?
E.H.: Dante tiene un status alto de las canciones. En
cuanto a la producción, siempre trata de llevarlas a una cosa magna. Eso le
termina haciendo muy bien a las canciones. En lo personal es un amigo, aporta
cosas buenas, vida.
Vos
¿Qué le aportás a él?
E.H.: Deben ser muchas cosas, pero calculo que, aunque
tenga cara de culo, yo le aporto el humor.
¿Cuáles
son sus próximos proyectos?
D.S.: En abril sale el disco nuevo, grabando a pleno, todo
el día en el estudio. Lo grabamos en distintas partes del mundo, aunque muchas
de las locaciones, por no decir casi todas, son acá en Buenos Aires. La parte
de los vientos en Miniapolis, en la tierra de Prince. Después, en Praga, vamos
a grabar las cuerdas y lo vamos a mezclar en los Angeles. Es un disco que va a
llevar impresa toda esa energía mundial que fuimos recogiendo en todas las
giras, pero es muy personal, muy nuestro, muy Buenos Aires, con ese crisol de
razas y culturas del cual nosotros nos sentimos representantes.
¿Cuál
es la impronta de Illia Kuryaki?
E.H.: Somos una banda que hacemos discos, de esos discos
se desprenden canciones, pero somos una banda de la vieja escuela: nos interesa
la obra y contar historias en las que después hay diferentes escenas. Lo que
nos importa son los discos y sus títulos y que abarquen un poco lo que pensamos
o intentamos dar a entender en los momentos en el que lo hacemos.
¿Cómo
esperan llegarle a la gente?
D.S.: Nosotros hacemos música y la gente conecta o no,
pero no nos podemos quejar porque hay muchísima gente que nos sigue en todos
lados. Algunas veces más, algunas menos, pero el viaje es así, es el que
elegimos. No importa tanto si después vendemos más o menos discos. A nosotros
nos llena de orgullo nuestra movida, a la hora de irme a dormir, cerrar los
ojos y pensar en que estoy haciendo lo que me gusta y estoy agradecido de tener
fans y gente que me siga. Acá es todo libertad. Illia Kuryaki es una banda libre,
no pertenecemos a ningún estilo, hacemos lo que se nos canta el culo. Eso es lo
que le gusta a la gente que nos sigue, que pueden flashear. Los discos son
diferentes entre sí, pero dentro de cada disco hay muchos planetas de esa
galaxia o de los viajes que proponemos y es eso lo que nos convirtió en una
banda con un sonido tan particular.
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lunes, 4 de abril de 2016
Entrevista a Hernán Casciari
Radicado definitivamente en la Argentina, el escritor y
creador del blog Orsai, escritor de la obra “Más respeto que soy tu madre” que
hace años representa Antonio Gasalla, hace radio una vez por semana en “Perrosde la Calle” con Andy Kusnetzoff y está haciendo “Obra en construcción”, una
lectura de cuentos en vivo con actores, músicos, su madre, amigos y parientes
en escena.
Después de 15 años de
vivir en España ¿Ya estás radicado definitivamente en la Argentina?
Hace tres meses, que estoy acá. Me separé hace cuatro meses
de mi ex mujer y me vine. Mi hija vive allá y arreglamos para vernos cada mes y
medio.
¿Cómo tomaste la
decisión de irte para allá?
No lo decidí. Gané un concurso de cuentos en Francia y cuando
fui a recibir el premio, conocí una Catalana y me quedé. No fue una decisión
meditada, de hecho acá tenía laburo y allá durante los dos primeros años estuve
en negro porque no tenía ni papeles. Con el tiempo empecé a extrañar mucho,
pero ya tenía una hija. Me costó muchos años volver.
¿Cómo fue que empezaste
a escribir?
Mi viejo tenía una máquina, una máquina Olivetti viejísima,
yo tenía dos o tres años y me alucinaba el mecanismo, me gustaba más que mis
propios juguetes. Le pedí a mi viejo que me enseñara a usarla y él interpretó
que me gustaba escribir, entonces me enseñó, empecé primer grado ya escribiendo
muy bien y a máquina. A los 12 años empecé a trabajar en el diario de Mercedes
haciendo crónicas deportivas, ganaba guita por escribir y me pareció divertido.
Después empecé a hacer revistas en la escuela y no terminé el secundario para
poder hacer más revistas. Me gusta mucho la imprenta y la distribución de
medios. Me gusta todo el engranaje, de hecho a mis libros los trabajo
absolutamente yo. No me gusta delegar eso. Escribir es algo más entre una bocha
de cosas buenísimas que tiene comunicar.
¿Cuándo empezaste a
escribir ficción?
Cuando empecé a escribir. Al principio los trabajos que
conseguía de escritura eran en un diario y fingía que era periodista y empecé a
inventar a los entrevistados para poder jugar a que estaba escribiendo cuentos.
A los 19 fundé una revista que se llamó “La ventana de Mercedes” y las
entrevistas que publicaba eran completamente falsas: a ladrones, a violadores,
a astrólogos, que no existían. Las viejas del pueblo creían que eran reales, la
otra mitad compartía códigos y entendía que todo era surrealista, pero se
generaba mucha confusión. Empecé a jugar así. Después, internet me vino en
bandeja para poder mentir, aunque yo ya había practicado bastante.
¿Cómo es tu proceso o
cuáles son tus hábitos de escritura?
Los tenía, pero hace tres meses tuve un infarto y tuve que
dejar todos los hábitos que tenía. Absolutamente noctámbulo, en la casa todos
duermen, caos mental, un escritorio muy desarmado, rituales de humo,
tabaquismo, el porro, cosas que ya no hago más, pero que hice durante los
últimos 30 años. Desde hace tres meses esos hábitos cambiaron, igual que mi
forma de escribir.
¿Cuán difícil te
resultó cambiar esos hábitos?
El médico me dijo que no podía hacer más determinadas cosas
y resultaron ser las únicas que hacía. En ese momento estaba en medio de ese proceso
culpógeno por estar volviendo a la Argentina y una de las cosas que no podía
hacer era tomar aviones. No podía volver a España, no era “no me quiero volver”,
era “ya no puedo volver”. Me puse muy contento, el médico me estaba obligando a
quedarme acá. Estoy tan contento de estar acá que no me costó nada. El infarto
me ayudó a acomodar la cabeza.
Dijiste que “si
hubieses tenido que elegir el peor momento para morir hubiera sido ese” ¿por
qué?
El infarto me agarra en Uruguay, en una casa de campo en
Montevideo, alejadísima de la ciudad, un domingo, en un lugar en el que no
tenés obra social y la avenida que unía ese barrio con un hospital estaba
atiborrada de gente de Peñarol que había salido campeón. Los anfitriones de la
casa me subieron a un auto para llevarme al hospital que quedaba a 20 minutos
de ahí, pero con ese tráfico podía ser una hora. Apenas salimos, el que me llevaba
encuentra un patrullero y le dice “llevo un infartado” y el patrullero empieza
a sonar la sirena, la gente se abría y nos hacía camino. A las seis cuadras
otro patrullero y ya eran dos. Durante ese viaje pensaba en que me estaba
muriendo, era consciente de que tenía que hacer fuerza para respirar, se me
bajó la presión, sentía que me iba a desmayar, pero si me desmayaba no tenía la
fuerza para seguir respirando y la quedaba ahí. Traté de no pensar mucho, de no
sentir la emoción de estar muriendo, porque estar muriendo es un momento
importante en la vida. No quería morirme y que apareciera la frase “murió de
camino al hospital, casi llega”. Me salvaron de pedo.
El infarto me ordenó la vida, me sirvió de excusa y no solo
para quedarme: estar vivo, estar acá, poder escribir, hacer un unipersonal en
el teatro, es una yapa, es seguir jugando.
¿Cuál es tu mayor
fracaso literario?
Desde hace 14 años escribo una vez por semana para el blog.
Es imposible fracasar. Pero antes del Orsai, todo lo que escribí es un fracaso,
de los 17 a los 32, cerca de diez mil páginas, todo inservible. Pensaba que ser
escritor era ser inteligente, cagar más alto que el culo, ser prestigioso, usar
polera negra, fumar en pipa, quería el rótulo, una mentira, un vago, porque en
ese momento yo no estaba escribiendo, quería haber sido escritor. Lo único que siempre
me salió bien eran las mentiras en el diario para que se lo creyeran las viejas
del pueblo, ese sí era yo. Cuando dejé de querer ser escritor, me empecé a
divertir, apareció internet y le empecé a escribir a la gente de Mercedes en
una plataforma gigantesca. Me di cuenta de que mi voz era esa voz pelotuda.
Escribo sobre las boludeces que sé, sobre la gente que conozco, sobre mis
amigos y eso me pasó cuando creí que ya no podía ser escritor.
¿Cómo se generó el
proyecto de “Una obra en construcción”?
Pergollini me invitó a leer cuentos en la radio, primero muy
mal, después le encontré la vuelta, me bajé un programa de audio y a editar. Empecé
a gustar leer mis cuentos, a la gente le gustaba, se reían y el año pasado un
director me ofreció hacerlo en teatro. Hay cuentos en los que mi vieja
participa, antes la imitaba yo, ahora lo hace ella, casi siempre me caga a
pedos, me gritaba y lo hace igual que cuando era chico. También enrolla un
diario y me pega.
¿Cuál podrías decir
que es tu pasión?
Comunicar. Pensar en algo y que le llegue a la gente. Cuando
a los 12 años escribía crónicas de básquet, la entregaba los viernes a la tarde
y salía los sábados. La escribía en mi máquina, caminaba las cuatro cuadras con
mi hoja hasta el diario, entregaba, veía como esa carilla pasaba a una plancha,
el rodillo, la distribución, después te llevaban los diarios en bicis, tocaban
el timbre y veía cómo pasaba por debajo de la puerta, mi abuela Chola lo abría,
buscábamos lo mío y eso que había escrito el viernes a la tarde estaba en todas
las casas del pueblo con mi nombre y mi apellido. Para mí eso era magia y lo
sigue siendo.
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