Escritora y dramaturga. Estudió y ejerció de Contadora Pública,
pero siempre le gustó escribir y contar historias y decidió volcarse de lleno a
la literatura para recuperar la felicidad en su vida. Escribió varios libros hasta
que en el año 2005 le otorgaron el Premio Clarín por “Las viudas de los jueves”,
novela que la convirtió en una de las escritoras más influyentes de la
Argentina.
Claudia Piñeiro: Actúo y es un gusto. Hace un tiempo, surgió una
imagen después de leer “El nadador”, un cuento de Cheever, y de ese cuento hay
una película y en esa película aparece Cheever. Igual que a él, me propusieron
hacer una escena con Oscar Martínez y, por supuesto, acepté. Fue impactante.
¿Cómo
es la relación entre el libro y la película? ¿Van de la mano?
CP: La novela es la novela. Después, con esa novela,
alguien la toma y se agregan un montón de cosas que ponen el director, los
actores, el iluminador, el escenógrafo y cambia el texto en función de la
riqueza de otros artistas. Mi actitud es de espera, ver con qué me sorprenden, en
qué se convirtió.
¿Cómo
surge un nuevo libro y cómo lo escribís?
CP: Aparece una imagen, igual que un sueño. Esa imagen me
sigue y los personajes me hablan y se mueven. Me doy cuenta de que ahí puede
haber una novela y la dejo macerar. Con el tiempo aparece lo que hay atrás, pero
es algo bastante intuitivo. Empiezo a escribir y a la larga entiendo por qué
apareció, pero no del todo y quizás está bien no saberlo del todo. En ese
primer momento está la magia. Lo demás es trabajo duro: buscar en otros autores,
en otros recursos, resolver problemas de escritura, desarrollar personajes,
trabajar y trabajar hasta que salga lo que tenga que salir.
Casi siempre sé cómo termina, a veces no, como con “Elena
sabe” que pensé que la novela terminaba de una forma, empecé a escribir, pero hice
que los personajes fueran por caminos que no eran pertinentes para el final.
Armo el principio, pero en el medio no sé lo que va a pasar y los detalles del
final se terminan de pintar en el final. Después corrijo. Corrijo todo el
tiempo. Tiene que ver con lo obsesiva, pero también con el tono, si no lo
encuentro en el primer capítulo lo encuentro después y tengo que volver atrás
para poder emparejar.
¿Cuál
fue la imagen que apareció en “Elena sabe”?
CP: Una mujer en la cocina, sentada en una silla y toma
la medicación para el Parkinson y espera a que le haga efecto para poder
caminar. Si la pastilla no hace efecto ella no se puede mover y no puede hacer
todo lo que sigue de la novela. Mi mamá tuvo esa enfermedad y se sentaba en la
cocina de su casa, ese lugar habitual en el que leía o tomaba mate. No sé si la
vi en esa posición, pero sí la vi demasiadas veces esperar que las pastillas le
hicieran efecto.
¿Ese
personaje tiene cosas parecidas a tu mamá?
CP: La enfermedad y me parece que ya es mucho. Para
componer un personaje hay que tomar personas reales y le robás a tu mamá o a un
hombre o a un niño porque te sirve la forma en que se enojan o en que se ríen o
en que resuelven determinadas situaciones.
¿Tenés
algún personaje preferido o que te haga acordar a alguien?
CP: La única novela que tiene mucho de autobiográfico es
“Un comunista en calzoncillos” en el que el personaje del padre es mi padre y
la niña soy yo y la tapa del libro es una foto nuestra. Aunque esa novela es
una ficción, ese personaje es mi padre y está basado en una persona real.
¿Con
ese libro pudiste hacer catarsis?
CP: La escritura es una necesidad de contar historias, no
está para hacer psicoanálisis. La escritura es la escritura y para hacer
catarsis hay que ir al psicólogo. Es cierto que la escritura puede ayudar como
te pueden ayudar muchas otras cosas, pero no se escribe para hacer catarsis. Lo
único que quiero es contar historias.
“Un comunista en calzoncillos” es la más autobiográfica.
La empecé a escribir cuando me pidieron un texto sobre el inicio de la
dictadura militar. Yo era una niña y tenía que ir a lo de una amiga. En ese
momento muchos pensaban que era bueno que sacaran a Isabel Martínez de Perón,
pero en mi casa papá estaba preocupado y yo no le podía contar eso a mi amiga.
Después me di cuenta de que no me podía haber enterado así del comienzo de la
dictadura militar. Empecé a rastrear y surgió una cosa y después otra y otra y
se armaron un montón de imágenes de la Argentina mezcladas con situaciones
personales: una niña y su padre, la niñez y la adolescencia, de la democracia a
la dictadura. No sé cuánto de esto me ayudó a conocerme a mí misma, pero tampoco
me ayudaron 30 años de psicoanálisis. “Una suerte pequeña” no tiene nada de
autobiográfico, pero hay muchas partes de esa novela en las que la escribía y
lloraba.
¿A
quién recurrís o qué tipo de comentarios buscas a la hora de terminar una
novela?
CP: Amigos y amigas muy buenos lectores o escritores que
aportan sobre lo profesional o la técnica y confío en su mirada para hacer un
análisis como el de un editor. Esas miradas me ayudan a mejorar el texto.
Después lo mira un editor y un corrector, pero los primeros son mi hijo, mi
pareja y mis amigos.
¿Cuál
es tu libro que más te gusta?
Todos tienen algo y siempre me trato de superar. “Las
grietas de Jara” fue el primer libro en el que el personaje principal es un
hombre porque mis personajes están siempre más vinculados a las mujeres. Era un
desafío meterme en la cabeza de un hombre, pero cada libro tuvo su propia dificultad.
En el próximo libro, me ocupé mucho de los personajes secundarios, algo que para
mí era muy importante.
¿Cuándo
sale tu próxima novela?
"Las maldiciones" va a salir este año, pero todavía está en ese proceso. Es una novela más del tipo de “Betibú”. No es policial,
pero tiene elementos del policial en el mundo de la política. Una novela de
personajes como todas mis novelas.
¿Cuál
es tu mayor fracaso literario?
Los pedidos por encargo. Cuando me recibí de Contadora me
llamaron de la Universidad y me dijeron que yo tenía que dar el discurso en el Aula
Magna de la Facultad de Derecho. Escribí un discurso horrible y me daba
vergüenza y no hubo forma de mejorarlo. Un Contador no tiene por qué saber
escribir bien, pero a mí me gustaba escribir y era una oportunidad. Con el
oficio y el tiempo lo hago, pero nunca quedo conforme.
¿Sos
mejor escritora o reescritora?
Siempre hay que reescribir o al menos yo tengo que reescribir,
pero en esa reescritura me pongo tan obsesiva y pierdo la esencia de esa
primera escupida y busco recuperar ese impulso y locura inicial.
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Nota para la Revista Fuera de Hora |