lunes, 11 de enero de 2016

Primer síntoma



Usted ya sabe quién soy, imagino que también sabe el motivo de mi carta y solo le pido que se tome unos minutos para leerme. En el transcurso de estos meses varias personas se acercaron a preguntarme por qué fui tan determinante al dejar al hombre con el que me casé. Seis meses, ese fue el tiempo que estuvimos casados ¿Por qué tomé esa decisión que para algunos fue tan apresurada? ¿Podía conformarme? ¿Cuáles fueron mis respuestas? Ahora no las recuerdo, fueron muchas, todas distintas. Algunas coincidían, otras se traicionaban y hasta yo me olvidé por qué lo nuestro, lo mío con él, no funcionó. Pedí ayuda, muchas veces. Pero ¿qué tipo de ayuda podían o podíamos darnos? Yo quería estar mejor, él también lo quería para mí, aunque no lo sabía porque para él no pasaba nada. Sí, era eso, quería estar mejor.
A usted le llegaron comentarios acerca de mi persona, lo sé, y también sé que le dijeron todo lo que “le hice” a él. Yo lo elegí, él también a mí y pensé que esa elección sería por mucho tiempo ¿Me preguntará si creo en el amor para toda la vida? Quizás se lo pueda responder más adelante. Por el momento, ni siquiera le puedo decir cuándo dejé de amarlo y ojalá no me hubiese pasado. Amar a alguien no es fácil, dejar de hacerlo, mucho menos. Olvidamos sonreírnos, compartir y nos dejamos de a poco. No pudimos hacer nada para frenar eso. Lo intentamos, créame que sí. Quería que funcionara, mirarlo como al principio, con admiración. Hicimos todo lo que pudimos, el uno por el otro, y no fue suficiente para seguir juntos. Lo hablamos muchas veces, pero no pudimos resolverlo. Insisto en que hubiese sido mucho más fácil no tener que irme de mi casa, no saber dónde vivir, no saber si me iba a alcanzar la plata, dejarle todo, incluso nuestro perro. Lo peor es que no discutíamos, no es que me fuera con alguien y jamás le fui infiel. Quería recuperar mi soledad, mis silencios y, para qué mentirle, dejé de amarlo. ¿Cuál es el momento exacto en el que se deja de amar? ¿Se puede predecir? ¿Se puede hacer algo para evitar que eso suceda o hay que conformarse y seguir y tener hijos y vivir por más de treinta años con la misma persona hasta ya no saber si solo están juntos porque se acompañaron el resto de sus vidas? “No sé si lo amo, nos queremos, nos queremos mucho y nos necesitamos”, respondería al cabo de tanto tiempo, “es el hombre de mi vida” y sería verdad. Entonces, cuando él muriera quizás sentiría alivio, aunque sabría que ya no tendría en qué ocupar mi tiempo como así tampoco mis quejas. Ni mis hijos ni mis nietos estarían disponibles para mí, les pediría que me llamaran, que me visiten y ellos lo sentirían como una obligación y yo, de todos modos, estaría sola. Durante las noches silenciosas leería hasta dormirme, sin que él se enojara por la luz que yo dejaba encendida, dormiría tarde y me levantaría muy temprano. Lo extrañaría por no poder enojarme porque él, de seguro, quisiera dormir un rato más, hasta que se levantara y hable y hable y hable más. Yo le diría que se callara la boca y que fuera a hacer las compras y él me contestaría que nunca sabe qué comprar y para no discutir iría yo y él querría acompañarme y yo me enojaría aún más porque querría que lo hiciera él sin tener que depender tanto de mí. Después de su muerte estaría tan sola que lo lamentaría. Pensaría en que no hubiese cambiado nada. Me mentiría a mí misma porque sabría que si hubiese tenido la valentía de decirle que ya no lo amaba, lo hubiese dejado y mi vejez sería otra. Quizás con otro hombre sentiría lo mismo, que lo quiero, lo quiero mucho y nos necesitamos. Pienso que quizás sí lo podría amar y mucho.
Quizás se pregunte por qué le explico todo esto ya que no me conoce. Justamente, se lo cuento porque usted armó un juicio de valor sobre mí sin conocerme, habló sobre mí con personas que tampoco me conocen, pero no nos preguntó ni a él ni a mí. Lo entiendo ¿Qué va a pensar de la mujer que deja a un hombre de la noche a la mañana? De seguro cree que tendría que haberle dado otra oportunidad, que los tiempos difíciles son solo eso, momentos de crisis y que hay que esperar por los tiempos mejores. Esos momentos en los que, después de buscarlos con desesperación, renace el amor y la felicidad. Pero ¿usted podría prometerme que al cabo de un tiempo no sentiría que me faltara algo y trataría de encontrar eso que no está pero que no sé qué es? Abriría las alacenas, los cajones, los armarios, revisaría en cada bolsillo, en todas las carteras, no sabría qué buscar, tendría ganas de llorar y no lo haría porque no sabría por qué. Me haría un té o café o mate para poder pensar con tranquilidad. La casa estaría en orden, igual que su ropa, la mía no, estaría desparramada en una silla, como siempre. Quizás tendríamos hijos y yo estaría por buscarlos en la escuela, antes dejaría la merienda lista en la mesa para que al llegar se sentaran e hicieran la tarea. Sería en ese momento, que lo entendería, que no tuve la valentía de irme cuando tuve la oportunidad. En ese momento dejar todo atrás sería mucho más difícil. No podría escapar como a los ocho que corrí por toda la escuela y me escondí en el baño para que un niño no me besara. Pensé cada detalle, al principio no lo podía entender, hasta que recordé ese día que volvía a casa en el colectivo, leía, no sé qué libro aunque me gustaría recordarlo. No escuchaba el murmullo de la gente, me detuve en una frase “todos los amores se desgastan […] hay quienes se acostumbran a ese horror cotidiano y su felicidad está en negarlo. Otros huimos ante el primer síntoma”. Leí varias veces las mismas líneas y las repetí hasta memorizarlas. No podía compartir mi felicidad con él, él no me entendía cuando yo le hablaba con pasión y yo no lo entendía a él en nada. ¿Huí ante el primer síntoma? ¿Fue lo mejor para los dos? Usted y yo sabemos que no existe una manera correcta de hacer las cosas, hay muchas formas de hacerlas mientras se hagan con honestidad. Nada de “tenemos que hablar”. Fui directa: “lo nuestro no funciona y no va a funcionar”. Él lloró en silencio. ¿Qué más se podía decir? En cuanto a mí, no lloré, ni tuve ganas de hacerlo. Miré cómo sus lágrimas mojaban el sillón, él no se las limpiaba con la manga del buzo como lo hubiera hecho yo. Él las dejaba caer. Sin pasión. Como si nada. Al sillón le quedaría una marca, no me importaba, yo no viviría más ahí y menos que menos me llevaría ese mueble que eligió la madre de él.

Creo que no es necesario agregar nada más, como así tampoco aclararle que yo siempre traté de dar y hacer lo mejor, como estoy segura que usted lo hace en su trabajo, en su vida, en sus relaciones, con usted mismo. Ojalá me hubiera dado la oportunidad de poder conversarlo y contarle esto personalmente. De cualquier manera ya se lo he dicho todo.