miércoles, 9 de noviembre de 2016

Entrevista a Milena Busquets



No tenía planeado ser escritora, trabajó muchos años en el mundo editorial, se quedó sin trabajo, murió su madre y esto la llevó a escribir “También esto pasará”. En la novela, la escritora catalana habla de la relación de amor entre una hija y su madre que acaba de morir, el libro ya fue publicado en más de 30 idiomas y a fines de 2015 el productor argentino Daniel Burman compró los derechos para adaptarla al cine.

¿Por qué decidiste transformar la historia del duelo de tu madre en la novela “También esto pasará”?
Hacía un año que había muerto mi madre, había terminado varios proyectos laborales, no tenía dinero ni nada que hacer, no tenía nada y un día, por primera vez, me encontré consciente de que estaba sola. Me senté frente a la computadora y escribí el primer capítulo sin pensarlo demasiado. Luego vino el resto. Me costó su muerte para decidirme a escribir cosas más serias.

¿Escribir este libro te ayudó a hacer catarsis? 
Me alivia más leer que escribir. No creo que me haya servido para hacer catarsis. En mi casa la escritora era ella y no podía usurpar su puesto. No es casualidad que haya empezado a escribir arriesgándome mucho más, después de que ella murió.

¿Es una novela autobiográfica? ¿Cuánto hay de lo que en verdad pasó?
Hay mucho sobre la relación con mi madre, pero el resto no es tan autobiográfico. Es una novela muy desinhibida que trata sobre la relación que tenía Blanca (personaje principal) con la madre y cómo el sexo la ayudó a sentirse viva. El sexo lo hace para consolarse, para distraerse de la muerte.

¿Qué crees que tu mamá pensaría acerca del libro?
Quizás hubiera estado un poco envidiosa, pero también le hubiese gustado mucho, ella era muy egocéntrica, estaría muy contenta. Pero también es cierto que si ella todavía estuviera viva yo no hubiese sido capaz de escribirlo.

¿Es por ese motivo que surgió la frase “lo contrario de la vida es el sexo”?
Esa frase surgió al final, durante el proceso de reescritura. Para Blanca es muy importante tocar y ser tocados y el sexo le recuerda que está viva. Es muy peligroso convertirse en un muerto viviente, esos que están solos y nadie los toca y nadie los abraza.

Tu mamá estuvo muy enferma al igual que la madre de Blanca ¿Cómo crees las enfermedades cambian a los seres queridos?
La cercanía con la muerte es terrible. El dolor transforma y empeora. Ella me culpaba de su enfermedad, decía que los médicos le habían dicho que el párkinson había sido mi culpa. Sufrir te debilita, tanto por una enfermedad o por tener mala suerte en la vida, te vuelve mezquino. Ella estaba muy enojada y de a ratos era una persona muy malvada porque le estaban quitando todo lo que tenía: su vida.

¿Qué significa para vos el paso del tiempo?
Me preocupa más la muerte que el paso del tiempo. En definitiva todos acabaremos muertos y eso me parece una brutalidad.

De cualquier manera, te tomas las cosas con mucha ligereza ¿no es así?
El humor es un instrumento, un acto de rebeldía para que no cunda el pánico. Mi generación es una generación más prudente, les da miedo perder el control, quedarse sin dinero, no es nada tan grave, no es nada tan definitivo. Mi vocación en la vida es divertirme.

Del libro a la película con Daniel Burman.
Me pareció que era lo que tenía que hacer, venderle los derechos a Burman. Ellos han sido muy amables y están interesados en que me involucre, pero ser guionista es un trabajo muy distinto al de ser escritora y yo no quiero ser guionista. El resto es libertad de otros. Está bien dejar a la gente que haga lo que quiera. No soy controladora, soy una trabajadora en lo que me toca.

Después de escribir el libro ¿el dolor pasa?

No, se aprende a vivir con él. Pero yo creo que en la vida hay que jugársela, sino ¿qué sentido tiene vivirla? La muerte de mi madre me sigue pareciendo una cosa inaceptable, pero hay que dejar ir a los muertos, que ese vacío se convierte en otra cosa y, como siempre digo, “también esto pasará”.



Entrevista realizada para el #78 de la Revista Fuera de Hora.

martes, 1 de noviembre de 2016

A cualquier lugar


Camina, es de madrugada, le pesa el cuerpo, sobre todo esa mochila que no quiere cargar, levanta el brazo, también el pulgar y espera que algún auto o camión le abra la puerta, le ofrezca unos mates y lo lleve a algún lado, a cualquier lugar, no le importa cuál, y aunque se convence de que esa es la ruta que quiere seguir, preferiría estar acompañado. Camina descalzo, errante, la suciedad de sus pies anchos envueltos en tierra y espera estar en el desierto donde nadie pueda molestarlo porque, a pesar de ser bienvenido en cualquier lugar, ninguna casa es su casa. Levanta una tienda para que pueda entrar quien quiera, por hospitalidad, por locura, para ayudar y ser ayudado y la ventaja de la tienda, la suya, es que puede irse en cualquier momento. Le dice que “no” a los teléfonos, a los compromisos, a la rutina, al trabajo, a la iglesia, pero no puede sostenerlo y trabaja de lo que venga para sobrevivir al menos ese día, con suerte varios días y se enoja, porque no comparte ese estilo de vida y se cansa de los mismos lugares y de las mismas personas y camina, otra vez con la mochila en la espalda, y se aleja. Rechaza lo propio, las pertenencias y que las puertas estén cerradas o que tengan llaves o candados. En las personas busca bondad y compartir algunas cervezas, quizás también emborracharse en soledad y se escapa de cualquier signo de normalidad o de egoísmo. Él quiere sorprender y por azar encontrar gentileza, otras veces, sonrisas y se desespera cuando solo encuentra oscuridad y silencios, con lo que nadie quiere afrontar y siente miedo y camina rápido, cada vez más rápido y finge distracción, pero está ahí, huye, con la mirada cansada y triste. Durante el día se aburre, es el horario en el que a la gente le resulta fácil criticar o juzgar y sufre porque quiere brindarse más, incluso a quienes no lo merecen, pero nadie lo mira y él llama la atención, habla y habla y grita y ruega que lo escuchen y nadie lo ve y su voz y sus historias se apagan. Sin paredes, con anécdotas, sabe que va a morir, dentro de mucho, pero no falta tanto, porque no es capaz de soportar tanta indiferencia. Piensa que la bondad es coraje, la servicialidad, valentía. No cree en Dios, creen en los afectos. Inteligente, emocional y analítico, el pelo rubio, los ojos celestes, a veces grises, y la mirada dispersa. Con lucidez miente sus propias verdades hasta creerlas y se olvidó de decirle a su madre que la quiere, a su padre que lo respeta, a sus hermanos que son su mayor influencia, a todos, lo que quiere ser y a él, repetirse una y otra vez, aquello en lo que no quiere convertirse o resignar, y no le importa tanta mierda mientras tenga un vaso de cerveza en la mano. Ese genio que nunca quiso ser porque no le interesa conquistar ningún rincón, tampoco nació para demostrarle nada a nadie, porque en su peor momento solo muy pocos le demostraron por qué tenía que levantarse de la cama. Se escapa, quiere volver a ser el niño alegre que saltaba en el jardín de su casa, que no sentía frío y que no toleraba perder, complacer a los demás y ser perfecto, ese niño bueno que siempre fue, el que todos esperan, el que ya no es. Borracho de odio que no puede llegar a sentir, incómodo y al pie de la intolerancia, ya no exige ningún tipo de atención. Sigue el humo con la mirada, los ojos rojos, se reclina en la silla, se arroja contra la barra, está en paz y se piensa feliz, sin reclamos. Mira su entorno, a los conocidos de siempre y para muchos él ya no es tan conocido y ve lo que nadie quiere ver, pero no puede expresarlo porque lo que está tan cerca no le permite palabras, y se recuerda niño, con una pelota y una sonrisa, pero lo que está tan lejos es un adorno que le genera demasiado vacío. Vive el presente y lee a Bukowski, escucha a Bob Dylan, también electrónica, y la música le rompe los tímpanos y baila y salta y vuelve a bailar y mira las estrellas, les habla para que no lo olviden, ya es de madrugada y un rugido en el medio de la noche despierta a los vecinos. Apaga las luces. Ya siente el mar y el viento en la cara. Ese grito le costó la voz, quizás también algunas lágrimas, porque ya no es un niño ni el adulto que muchos exigen, ya no tiene casa ni hogar, solo tiene una tienda, hospitalidad, recuerdos, algunos libros, sus cuadernos y una mochila, que va a volver a cargar, para abandonar la ciudad, no para siempre, abandonarla un poco y quizás, algún día, volver.