lunes, 26 de enero de 2015

A escondidas



Hacía mucho calor y la odiaba. El calor era soportable, ella no, nunca lo había sido. Con el tiempo se fue preguntando por qué se había casado con ella, aunque no podría no haberlo hecho porque nunca lograba decirle que no. Quizás la odiaba por eso, ella siempre tenía la razón, o eso era lo que le hacía creer. Él se lo creía. A veces no le importaba, la mayoría de las veces sí. La odiaba tanto que ya no le bastaba con solo odiarla, quería verla sufrir, disfrutaba cuando estaba callada, cuando caminaba con la mirada hacia abajo, los hombros encogidos y el pelo alborotado, cuando la escuchaba llorar a escondidas. Eso era lo que más disfrutaba, escucharla llorar a escondidas. Verla llorar le daba lástima, escucharla era otra cosa. Apenas se sentían los gemidos detrás de la puerta del baño, muchas veces le daba la impresión que se tapaba la boca con una toalla, no lo sabía con certeza. Al rato, el ruido del agua, después salía con los ojos vidriosos y las pestañas húmedas formaban una estrella alrededor de los ojos. Era hermosa, solo después de escucharla llorar él volvía a amarla. Al menos por un rato. Más tarde volvía a odiarla, como todos los días. También odiaba verla desnuda. Sucedía pocas veces, pero sucedía, sobre todo cuando ella se bañaba temprano por la mañana, él se hacía el dormido mientras ella se ponía la crema. Siempre empezaba por las piernas, seguía por los muslos, la cola, la panza, las tetas y, para terminar, los brazos, él miraba con los ojos entrecerrados. Le gustaba cómo se mezclaba el olor de la crema con el silencio del amanecer. Ella no se daba cuenta de que él la miraba, al menos él pensaba que no era así. La amaba, otra vez la amaba, aunque en el momento en que comenzaba a ponerse la ropa, él cerraba los ojos y volvía a odiarla. 

lunes, 19 de enero de 2015

El mejor momento del día



“Podría besarte todas las noches, mirarte dormir, escucharte respirar, acariciarte los labios y cantarte los domingos. Podría hacerlo todas las noches. Sí que podría”, pensó Juan. Si compartían la almohada, también podían compartir los sueños, si fuera una pesadilla él podría abrazarla o al menos despertarla. Si vivieran juntos, todas las tardes le compraría flores, a veces fresias; durante el verano, jazmines; durante el invierno alguna flor que le recuerde que pronto será primavera. A Juan no le gustaba la primavera, no era como enamorarse durante el verano o abrazarse durante el inverno, el día más largo o el día más corto. Suspiraba, eso sí hacía todas las primaveras, también pensaba en ella, suspiraba y escribía poemas. Nunca había pensado en ser escritor, ni en contar historias o inventar personajes. Sí escribía poemas, todos para ella. Le salía solo. Una tarde conoció un escritor al que los mostró lo que escribía. “Es muy cursi”, le dijo. Nunca volvió a mostrarle nada a nadie. No lo lamentaba, le parecía mejor así. Lamentar era para débiles, él no lo era, se sentía fuerte. Pensar en ella lo hacía sentir así. Fuerte. Todas las mañanas pensaba en ella, también después de almorzar, antes de merendar, siempre durante la cena y antes de dormir. Ese era el mejor momento del día porque podía cerrar los ojos, imaginarla a su lado, besarla, mirarla dormir, escucharla respirar, acariciarle los labios y cantarle los domingos.  

lunes, 5 de enero de 2015

Amor en lata




Tendrá un poco de amor para venderme, pero no el de la última vez, ese que viene en lata. Prefiero llevar el polvo, es más fácil de diluir o fraccionar, dos cucharadas, se revuelve y ya está. En cambio en el de la lata, una gota que se derrama es perder muchas sonrisas, abrazos y hasta besos. Y cuando se termina siempre hay que raspar lo poco que queda en los costados. Además, los envases vienen cada vez más chicos y la inflación hace que el precio del amor aumente, aumente y aumente todavía más. Antes los frascos venían por 500 gramos y duraban casi un mes, ahora el más grande trae 250 gramos ¿y el precio?, lo que aumentó el precio, ¿y el tiempo?, el amor dura menos de dos semanas. Está bien, no es que el amor se consume todos los días y aunque quisiera usar un poco todos los días, no podría, tendría que conseguir otro trabajo para poder comprar más. Que lamentable la gente que se hace adicta a los “te quiero”, ni pensar en los quieren mucho o aman. Es lamentable. ¿Cuántos centros de rehabilitación tuvieron que abrirse en los últimos tiempos por este tipo de excesos? Hablando de excesos, en las góndolas a veces no se encuentra, ni en lata ni en polvo, sí el que viene en sachet, ese que es familiar y un poco más económico. Es entendible que las madres compren el de sachet para darles a los hijos, más ahora que los precios de algunas mercaderías en los supermercados están cuidados, pero cuántos niños llegan al hospital por sobredosis. ¿Es que acaso las madres no saben la cantidad diaria que requiere cada niño? Si todos los envases traen las indicaciones en el dorso. Y que tampoco puedan controlar que los mayorcitos no se desbanden, esas cosas antes no pasaban. Ni hablar de los adolescentes, que se compran las botellitas y lo consumen así, directo, del pico. Después uno los ve transando en cualquier esquina y quién sabe qué cosas más harán. Se imaginará lo bien que trabajan los hoteles alojamiento con este tipo de comportamientos. “Se aman”, pero por favor, que “se aman ni que se aman”. Ahora cualquier muchachita se abre de piernas por la cantidad amor que consumen ¿y los padres? La juventud está perdida, realmente está perdida. El amor de calidad era el de antes, ese que venía en barra. Eso sí que era amor verdadero. Hoy en día se vende cada cosa.
Sí, sí, estoy de acuerdo. A quién no le gusta una sonrisa por la mañana, un “buenos días” o un abrazo por las noches, pero esas madres que hacen que sus hijos se vuelvan adictos no tienen perdón de Dios. Las madres de antes eran estrictas y sabían la cantidad justa de afecto que tenían que dar a sus hijos. Estas cosas no pasaban, no pasaban.

¿En lata, solo le queda en lata? Bueno, eso nomás, pero si llega en polvo no deje de guardarme, uno nunca sabe cuánto amor se puede llegar a perder de una lata.