miércoles, 24 de septiembre de 2014

"La mujer en la luna"



"Pero volvamos a su relato. No deje de imaginar. No está loca. Nunca más crea a quien le diga esta cosa injusta y malvada. Escriba".

martes, 23 de septiembre de 2014

Escribir

Quería escribir pero no sabía sobre qué. Tipiaba en la computadora palabras sueltas, una tras otra aparecían sin sentido en la hoja en blanco. Pensó en escribir sobre un anciano que se mira en el espejo del baño, se acaricia el bigote y piensa en que ya no sabe para qué vive. También pensó en escribir una historia de amor, pero todas esas historias le parecían cursis: los amantes terminaban juntos y felices o desdichados y muertos. Pero tenía que confesarlo, le gustaba lo cursi y con las películas de amor siempre lloraba. El problema central sobre escribir acerca del amor era que, para ella, en la literatura no había finales felices. ¿Y en la vida real? No quería imaginar que se podía morir de amor. Pero ¿se puede morir de amor?  Miró las palabras sueltas, una de ellas era amante. Quizás un amante era más desechable que un amor, quizás sobre eso sí podría escribir, quizás no tenía que terminar ni en final feliz ni en la muerte de uno de los personajes. Borró todas las palabras que había escrito, de nuevo la hoja en blanco y el cursor titilaba. ¿Qué les podía pasa a esos amantes? ¿Era la historia de uno, de los dos? ¿Los amantes podían enamorarse? ¿Importaba la historia o prefería que estuviese bien escrita? Volvió a tipear palabras sueltas: amor perfecto, imperfecto, sexo, pasión, secretos, desesperación, mentiras, desesperanza. Las leyó en voz alta. Iba a escribir más, no lo hizo. Volvió a pensar en qué era más importante, si la historia o que estuviese bien escrita. Quería ser escritora. Todavía no lo era. Escribía bien, pero a sus cuentos les faltaba algo. Tripas. A sus textos les faltaban tripas, al menos eso le habían dicho. En cambio, para su mamá, todo lo que escribía estaba bien. Una vez la vio fruncir la nariz, de la misma manera en que la frunce cuando le critican la comida, pero terminó por decirle que estaba muy lindo. Y un amante ¿qué le dirá sobre los cuentos? ¿También pensaría que son “lindos”? Si tuviera un amante, ¿le gustaría que leyera sus historias? Borró otra vez todas las palabras, de nuevo la hoja en blanco y la angustia, esa que surge de las desesperadas ganas de escribir.