domingo, 25 de octubre de 2015

Alegría azul y oro




“Yo te sigo a todas partes, cada vez te quiero más”. Camina pesado aunque no lleve la mochila o el raquetero. Los ojos marrones, la mirada triste y, a veces, casi sin ver ¿cómo hace en la cancha para distinguir las jugadas, la pelota, el gol? Los escalones de dos en dos hasta encontrar el mejor lugar para ubicarse entre los hinchas. Las manos en los bolsillos, los hombros caídos y el cuerpo apenas inclinado hacia abajo mientras espera la entrada de los jugadores. Él y Tomi miran el hueco por el que algunas vez se colaron a la platea, hoy no, un policía lo custodia. Llega la barra y ahora sí: canta, grita, mueve el brazo, con todos, como todos, en esa fiesta que es la bombonera. Cada viernes, a las 12 del mediodía desde la compu, con Tomi se ponen de acuerdo, y a veces su hermano y su mamá también lo ayudan, para actualizar, actualizar y actualizar hasta tener la suerte de sacar la entrada. Para los socios adherentes no es fácil, pero después de tanto esfuerzo hoy está ahí. Los jugadores en la cancha, la pelota en el centro y el pitido inicial. Sonríe. Mira a Tomi que salta y canta igual que toda la popular, él también salta y canta, aunque no sabe cuándo empezó a hacerlo. Sonríe. Esa es su cara que más me gusta y sonríe y espera que en esos 90 minutos los jugadores le den una alegría. Cuando lo mira por la televisión, camina, se sienta, las manos en la cara, en el pelo, vuelve a caminar, les habla a los jugadores y putea, pero no los putea a ellos, se enoja con el árbitro, le grita por lo que cobró o se ríe incrédulo porque no puede creer lo mal que está dirigido el partido. Cuando habla de Boca lo hace rápido, casi sin respirar, después vuelve al silencio, pero solo para no cansarme con el tema. Se acuerda de todas las jugadas, los goles y los festejos y, aunque no le guste, también habla de los malos momentos del club, de las finales no ganadas, de los jugadores que se fueron y de los que están por venir. “Ese pibe es crack”, le dice a Tomi y señala a Cubas. Tomi asiente sin sacar la vista del partido. Rápido se lleva las dos manos a la cabeza, el arquero contrario ataja lo que podría haber sido el primer gol. Mira a los lados, la gente, las camisetas, el que siempre se trepa al alambrado. Se alegra de que esta vez no haya ido la gorda que siempre putea a los jugadores. Vuelve a mirar al que está colgado y piensa a cuántos partidos habrá ido y cuántas canchas conocerá. El “uhhh” de la tribuna lo devuelve al partido. Con Carlitos en el club la cosa es distinta. Le grita al árbitro, igual que el resto, porque eso que no cobró era penal. Termina el primer tiempo y todos se sientan rápido.    
En su casa a veces está muy lejos, de él, de mí, de todos. Las palabras justas, siempre muy atinado, honesto, directo y simple. No le gusta ostentar. Generoso. Admira a su hermano, en muchas cosas le gustaría parecerse, aunque también le gustaría que su hermano sea más despreocupado y libre, así, como él. A su papá se parece en lo callado y en el sentido del humor, a su mamá, no podría decir en qué se parecen, pero ella siempre dice que él era una campanita, inquieto, despierto, feliz. Con amigos siempre sonríe. Mediador, no le gustan los conflictos, alegre, una sonrisa que contagia y compañero de todos. Hablamos y somos felices. A la noche, solo, en silencio, a veces Los Simpsons, youtube, goles de Boca a River, quizás alguno de la Selección, pero no ahora porque están de mala racha y alguna de las películas de Harry Potter para dormir.
Mira hacia arriba y ve pasar un avión. Piensa en que le gustaría ver la cancha desde ahí, le encantan los despegues y los aterrizajes, al menos para mirarlos desde lejos. Melancólico. Los fideos, todos, con salsa, ají molido, crema, manteca, verdeo o los dedalitos en la sopa.
Otra vez los jugadores a la cancha. Sea como sea en el segundo tiempo hay que ganar. La voz cansada, el brazo hacia arriba y abajo o las manos en la cabeza, en los bolsillos o agarradas mientras ruega que llegue el gol. Oscurece, hace frío, pero él no lo siente. Nadie lo siente. Aliento incondicional “y dale alegría, alegría a mi corazón, lo único que te pido ganemos hoy”.    

La pelota le queda para Luciano Monzón, ahora la levanta para Carlos Tévez, la peinaba Tévez y éste es Calleri y éste es Calleri y encara, encara, encara, Tévez por el otro lado, sigue Calleri, sigue Calleri, Calleri, Tévez, Tévez, Tévez, cantalo, cantalo, cantalo, cantalo, cantalo, goooooooooooooool, goooooooooooool, goooooooool de Boca, de Boca, de Boca, de Tévez. Jugadón de Calleri, definición de Carlitos. Él y Tomi se abrazan con fuerza y vuelven a saltar y a cantar con todos. “Pongan huevo, los Xeneixes, pongan huevo y corazón, que esta hinchada, se merece, se merece ser campeón”. Grita, canta, la hinchada sigue y sigue y sigue hasta el pitido final. De nuevo los abrazos, se toca la barba y la comisura de los labios que le duelen de tanto reír. Suspira. Pensó que no ganaban, que volvería triste y que aunque no lo demostrara la amargura le duraría hasta el próximo partido. Sin dejar de sonreír se muerde el labio inferior, las manos en el pelo y niega con la cabeza y no quiere irse, nadie quiere hacerlo, pero todavía sin dejar de sonreír mira la cancha, los jugadores que se van, la 12, los bombos, el estadio, las camisetas y sabe que va a volver, aunque falten dos semanas, va a volver y cantar y sonreír en esos 90 minutos de alegría azul y oro. 


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