Hacía mucho calor y la odiaba. El calor era soportable,
ella no, nunca lo había sido. Con el tiempo se fue preguntando por qué se había
casado con ella, aunque no podría no haberlo hecho porque nunca lograba decirle
que no. Quizás la odiaba por eso, ella siempre tenía la razón, o eso era lo que
le hacía creer. Él se lo creía. A veces no le importaba, la mayoría de las
veces sí. La odiaba tanto que ya no le bastaba con solo odiarla, quería verla
sufrir, disfrutaba cuando estaba callada, cuando caminaba con la mirada hacia
abajo, los hombros encogidos y el pelo alborotado, cuando la escuchaba llorar a
escondidas. Eso era lo que más disfrutaba, escucharla llorar a escondidas. Verla
llorar le daba lástima, escucharla era otra cosa. Apenas se sentían los gemidos
detrás de la puerta del baño, muchas veces le daba la impresión que se tapaba
la boca con una toalla, no lo sabía con certeza. Al rato, el ruido del agua,
después salía con los ojos vidriosos y las pestañas húmedas formaban una
estrella alrededor de los ojos. Era hermosa, solo después de escucharla llorar
él volvía a amarla. Al menos por un rato. Más tarde volvía a odiarla, como
todos los días. También odiaba verla desnuda. Sucedía pocas veces, pero
sucedía, sobre todo cuando ella se bañaba temprano por la mañana, él se hacía
el dormido mientras ella se ponía la crema. Siempre empezaba por las piernas,
seguía por los muslos, la cola, la panza, las tetas y, para terminar, los
brazos, él miraba con los ojos entrecerrados. Le gustaba cómo se mezclaba el
olor de la crema con el silencio del amanecer. Ella no se daba cuenta de que él
la miraba, al menos él pensaba que no era así. La amaba, otra vez la amaba,
aunque en el momento en que comenzaba a ponerse la ropa, él cerraba los ojos y
volvía a odiarla.
lunes, 26 de enero de 2015
lunes, 19 de enero de 2015
El mejor momento del día
“Podría
besarte todas las noches, mirarte dormir, escucharte respirar, acariciarte los
labios y cantarte los domingos. Podría hacerlo todas las noches. Sí que
podría”, pensó Juan. Si compartían la almohada, también podían compartir los sueños,
si fuera una pesadilla él podría abrazarla o al menos despertarla. Si vivieran
juntos, todas las tardes le compraría flores, a veces fresias; durante el
verano, jazmines; durante el invierno alguna flor que le recuerde que pronto
será primavera. A Juan no le gustaba la primavera, no era como enamorarse
durante el verano o abrazarse durante el inverno, el día más largo o el día más
corto. Suspiraba, eso sí hacía todas las primaveras, también pensaba en ella,
suspiraba y escribía poemas. Nunca había pensado en ser escritor, ni en contar
historias o inventar personajes. Sí escribía poemas, todos para ella. Le salía
solo. Una tarde conoció un escritor al que los mostró lo que escribía. “Es muy
cursi”, le dijo. Nunca volvió a mostrarle nada a nadie. No lo lamentaba, le
parecía mejor así. Lamentar era para débiles, él no lo era, se sentía fuerte.
Pensar en ella lo hacía sentir así. Fuerte. Todas las mañanas pensaba en ella,
también después de almorzar, antes de merendar, siempre durante la cena y antes
de dormir. Ese era el mejor momento del día porque podía cerrar los ojos,
imaginarla a su lado, besarla, mirarla dormir, escucharla respirar, acariciarle
los labios y cantarle los domingos.
lunes, 5 de enero de 2015
Amor en lata
Tendrá un poco de amor para venderme, pero no el de la
última vez, ese que viene en lata. Prefiero llevar el polvo, es más fácil de
diluir o fraccionar, dos cucharadas, se revuelve y ya está. En cambio en el de
la lata, una gota que se derrama es perder muchas sonrisas, abrazos y hasta
besos. Y cuando se termina siempre hay que raspar lo poco que queda en los
costados. Además, los envases vienen cada vez más chicos y la inflación hace
que el precio del amor aumente, aumente y aumente todavía más. Antes los
frascos venían por 500 gramos y duraban casi un mes, ahora el más grande trae
250 gramos ¿y el precio?, lo que aumentó el precio, ¿y el tiempo?, el amor dura
menos de dos semanas. Está bien, no es que el amor se consume todos los días y
aunque quisiera usar un poco todos los días, no podría, tendría que conseguir
otro trabajo para poder comprar más. Que lamentable la gente que se hace adicta
a los “te quiero”, ni pensar en los quieren mucho o aman. Es lamentable.
¿Cuántos centros de rehabilitación tuvieron que abrirse en los últimos tiempos
por este tipo de excesos? Hablando de excesos, en las góndolas a veces no se
encuentra, ni en lata ni en polvo, sí el que viene en sachet, ese que es
familiar y un poco más económico. Es entendible que las madres compren el de
sachet para darles a los hijos, más ahora que los precios de algunas
mercaderías en los supermercados están cuidados, pero cuántos niños llegan al
hospital por sobredosis. ¿Es que acaso las madres no saben la cantidad diaria
que requiere cada niño? Si todos los envases traen las indicaciones en el
dorso. Y que tampoco puedan controlar que los mayorcitos no se desbanden, esas
cosas antes no pasaban. Ni hablar de los adolescentes, que se compran las
botellitas y lo consumen así, directo, del pico. Después uno los ve transando
en cualquier esquina y quién sabe qué cosas más harán. Se imaginará lo bien que
trabajan los hoteles alojamiento con este tipo de comportamientos. “Se aman”,
pero por favor, que “se aman ni que se aman”. Ahora cualquier muchachita se
abre de piernas por la cantidad amor que consumen ¿y los padres? La juventud
está perdida, realmente está perdida. El amor de calidad era el de antes, ese
que venía en barra. Eso sí que era amor verdadero. Hoy en día se vende cada
cosa.
Sí, sí, estoy de acuerdo. A quién no le gusta una sonrisa
por la mañana, un “buenos días” o un abrazo por las noches, pero esas madres
que hacen que sus hijos se vuelvan adictos no tienen perdón de Dios. Las madres
de antes eran estrictas y sabían la cantidad justa de afecto que tenían que dar
a sus hijos. Estas cosas no pasaban, no pasaban.
¿En lata, solo le queda en lata? Bueno, eso nomás, pero
si llega en polvo no deje de guardarme, uno nunca sabe cuánto amor se puede
llegar a perder de una lata.
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