Radicado definitivamente en la Argentina, el escritor y
creador del blog
Orsai, escritor de la obra “
Más respeto que soy tu madre” que
hace años representa Antonio Gasalla, hace radio una vez por semana en “
Perrosde la Calle” con Andy Kusnetzoff y está haciendo “Obra en construcción”, una
lectura de cuentos en vivo con actores, músicos, su madre, amigos y parientes
en escena.
Después de 15 años de
vivir en España ¿Ya estás radicado definitivamente en la Argentina?
Hace tres meses, que estoy acá. Me separé hace cuatro meses
de mi ex mujer y me vine. Mi hija vive allá y arreglamos para vernos cada mes y
medio.
¿Cómo tomaste la
decisión de irte para allá?
No lo decidí. Gané un concurso de cuentos en Francia y cuando
fui a recibir el premio, conocí una Catalana y me quedé. No fue una decisión
meditada, de hecho acá tenía laburo y allá durante los dos primeros años estuve
en negro porque no tenía ni papeles. Con el tiempo empecé a extrañar mucho,
pero ya tenía una hija. Me costó muchos años volver.
¿Cómo fue que empezaste
a escribir?
Mi viejo tenía una máquina, una máquina Olivetti viejísima,
yo tenía dos o tres años y me alucinaba el mecanismo, me gustaba más que mis
propios juguetes. Le pedí a mi viejo que me enseñara a usarla y él interpretó
que me gustaba escribir, entonces me enseñó, empecé primer grado ya escribiendo
muy bien y a máquina. A los 12 años empecé a trabajar en el diario de Mercedes
haciendo crónicas deportivas, ganaba guita por escribir y me pareció divertido.
Después empecé a hacer revistas en la escuela y no terminé el secundario para
poder hacer más revistas. Me gusta mucho la imprenta y la distribución de
medios. Me gusta todo el engranaje, de hecho a mis libros los trabajo
absolutamente yo. No me gusta delegar eso. Escribir es algo más entre una bocha
de cosas buenísimas que tiene comunicar.
¿Cuándo empezaste a
escribir ficción?
Cuando empecé a escribir. Al principio los trabajos que
conseguía de escritura eran en un diario y fingía que era periodista y empecé a
inventar a los entrevistados para poder jugar a que estaba escribiendo cuentos.
A los 19 fundé una revista que se llamó “La ventana de Mercedes” y las
entrevistas que publicaba eran completamente falsas: a ladrones, a violadores,
a astrólogos, que no existían. Las viejas del pueblo creían que eran reales, la
otra mitad compartía códigos y entendía que todo era surrealista, pero se
generaba mucha confusión. Empecé a jugar así. Después, internet me vino en
bandeja para poder mentir, aunque yo ya había practicado bastante.
¿Cómo es tu proceso o
cuáles son tus hábitos de escritura?
Los tenía, pero hace tres meses tuve un infarto y tuve que
dejar todos los hábitos que tenía. Absolutamente noctámbulo, en la casa todos
duermen, caos mental, un escritorio muy desarmado, rituales de humo,
tabaquismo, el porro, cosas que ya no hago más, pero que hice durante los
últimos 30 años. Desde hace tres meses esos hábitos cambiaron, igual que mi
forma de escribir.
¿Cuán difícil te
resultó cambiar esos hábitos?
El médico me dijo que no podía hacer más determinadas cosas
y resultaron ser las únicas que hacía. En ese momento estaba en medio de ese proceso
culpógeno por estar volviendo a la Argentina y una de las cosas que no podía
hacer era tomar aviones. No podía volver a España, no era “no me quiero volver”,
era “ya no puedo volver”. Me puse muy contento, el médico me estaba obligando a
quedarme acá. Estoy tan contento de estar acá que no me costó nada. El infarto
me ayudó a acomodar la cabeza.
Dijiste que “si
hubieses tenido que elegir el peor momento para morir hubiera sido ese” ¿por
qué?
El infarto me agarra en Uruguay, en una casa de campo en
Montevideo, alejadísima de la ciudad, un domingo, en un lugar en el que no
tenés obra social y la avenida que unía ese barrio con un hospital estaba
atiborrada de gente de Peñarol que había salido campeón. Los anfitriones de la
casa me subieron a un auto para llevarme al hospital que quedaba a 20 minutos
de ahí, pero con ese tráfico podía ser una hora. Apenas salimos, el que me llevaba
encuentra un patrullero y le dice “llevo un infartado” y el patrullero empieza
a sonar la sirena, la gente se abría y nos hacía camino. A las seis cuadras
otro patrullero y ya eran dos. Durante ese viaje pensaba en que me estaba
muriendo, era consciente de que tenía que hacer fuerza para respirar, se me
bajó la presión, sentía que me iba a desmayar, pero si me desmayaba no tenía la
fuerza para seguir respirando y la quedaba ahí. Traté de no pensar mucho, de no
sentir la emoción de estar muriendo, porque estar muriendo es un momento
importante en la vida. No quería morirme y que apareciera la frase “murió de
camino al hospital, casi llega”. Me salvaron de pedo.
El infarto me ordenó la vida, me sirvió de excusa y no solo
para quedarme: estar vivo, estar acá, poder escribir, hacer un unipersonal en
el teatro, es una yapa, es seguir jugando.
¿Cuál es tu mayor
fracaso literario?
Desde hace 14 años escribo una vez por semana para el blog.
Es imposible fracasar. Pero antes del Orsai, todo lo que escribí es un fracaso,
de los 17 a los 32, cerca de diez mil páginas, todo inservible. Pensaba que ser
escritor era ser inteligente, cagar más alto que el culo, ser prestigioso, usar
polera negra, fumar en pipa, quería el rótulo, una mentira, un vago, porque en
ese momento yo no estaba escribiendo, quería haber sido escritor. Lo único que siempre
me salió bien eran las mentiras en el diario para que se lo creyeran las viejas
del pueblo, ese sí era yo. Cuando dejé de querer ser escritor, me empecé a
divertir, apareció internet y le empecé a escribir a la gente de Mercedes en
una plataforma gigantesca. Me di cuenta de que mi voz era esa voz pelotuda.
Escribo sobre las boludeces que sé, sobre la gente que conozco, sobre mis
amigos y eso me pasó cuando creí que ya no podía ser escritor.
Pergollini me invitó a leer cuentos en la radio, primero muy
mal, después le encontré la vuelta, me bajé un programa de audio y a editar. Empecé
a gustar leer mis cuentos, a la gente le gustaba, se reían y el año pasado un
director me ofreció hacerlo en teatro. Hay cuentos en los que mi vieja
participa, antes la imitaba yo, ahora lo hace ella, casi siempre me caga a
pedos, me gritaba y lo hace igual que cuando era chico. También enrolla un
diario y me pega.
¿Cuál podrías decir
que es tu pasión?
Comunicar. Pensar en algo y que le llegue a la gente. Cuando
a los 12 años escribía crónicas de básquet, la entregaba los viernes a la tarde
y salía los sábados. La escribía en mi máquina, caminaba las cuatro cuadras con
mi hoja hasta el diario, entregaba, veía como esa carilla pasaba a una plancha,
el rodillo, la distribución, después te llevaban los diarios en bicis, tocaban
el timbre y veía cómo pasaba por debajo de la puerta, mi abuela Chola lo abría,
buscábamos lo mío y eso que había escrito el viernes a la tarde estaba en todas
las casas del pueblo con mi nombre y mi apellido. Para mí eso era magia y lo
sigue siendo.