lunes, 2 de febrero de 2015

La mentira tiene patas cortas



No quería almorzar, su mamá volvería a darle lo mismo hasta que lo comiera. Su hermano con los autitos en el jardín y ella todavía en la mesa. Fideos fríos y pegados. Una mano en la cara, el codo apoyado en la mesa, la otra separaba los fideos con el tenedor. Su mamá se asomó desde la cocina y la amenazó con llevarla a la cama y ella no quería dormir. Siempre que se portaba mal, la obligaban a ir a su cuarto, pero nunca se dormía, miraba las estrellas que le habían pegado en el techo para que no le diera miedo cuando se apagaba la luz. Separó las fideos en dos montones y se acordó de la pregunta que siempre le hacía su papá: ¿Cuánto es un montón más otro montón?... un montonazo. Aunque separados en dos partes, los fideos todavía eran muchos. Le preguntó a su mamá si podía comer sólo un poco y después ir a jugar con Tomy y ella la dejó. La niña agarró el tenedor con ambas manos y giró hasta hacer una bola muy grande. Abrió tanto la boca que le dolió en los costados. La bola de fideos no entraba, estiró un poco más con la otra mano y cerró. Algunos fideos colgaron del lado de afuera, acercó el plato hacia ella y al morder, cayeron. Masticó. Sus mejillas eran globos a punto de explotar. Tapó la boca con las manos. Su mamá no la dejaría ir a jugar y su papá siempre le decía que si lo vomitaba se lo comería igual. Ahora tenía arcadas. Con dos dedos sacó algo duro que no la dejaba tragar y tomó un sorbo de jugo. La mamá, desde la cocina le gritó que no tomara nada hasta no terminar. Comió otra bola de fideos con rapidez. Ella no entendía por qué no la dejaba tomar jugo, en el paladar tenía comida pegada y cada vez era más difícil tragar. Miró el vaso, el jugo era de manzana, de los que vienen en polvo y esta vez le tocaba a ella pasarle la lengua a lo que quedaba en el sobre. La última vez Tomy lo había agarrado a escondidas. Sin hacer ruido se deslizó debajo de la mesa, gateó hasta el baño, no encendió la luz, todavía arrodillada, escupió todo. Bajó la tapa, subió al inodoro y dejó correr el agua. Nunca tiraba la cadena, para hacerlo tenía que treparse y meter la mano en un hueco que había en la pared y levantar un palito. Siempre se mojaba la punta de los dedos y eso no le gustaba, encima después la retaban porque el agua no dejaba de correr. Su mamá la llamó. La niña se acercó con la cabeza hacia abajo, movió el pie y le dijo que no aguantó las ganas de ir al baño, que ya había comido la mitad de fideos en el plato. La mamá le preguntó si había escupido los fideos, ella negó con la cabeza y cruzó los dedos atrás de su espalda. La mamá estiró la mano y señaló hacia el jardín, ahora podía ir a jugar con Tomy, él siempre le prestaba el autito rojo. 

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