No quería almorzar, su mamá volvería a
darle lo mismo hasta que lo comiera. Su hermano con los autitos en el jardín y
ella todavía en la mesa. Fideos fríos y pegados. Una mano en la cara, el codo
apoyado en la mesa, la otra separaba los fideos con el tenedor. Su mamá se
asomó desde la cocina y la amenazó con llevarla a la cama y ella no quería
dormir. Siempre que se portaba mal, la obligaban a ir a su cuarto, pero nunca
se dormía, miraba las estrellas que le habían pegado en el techo para que no le
diera miedo cuando se apagaba la luz. Separó las fideos en dos montones y se
acordó de la pregunta que siempre le hacía su papá: ¿Cuánto es un montón más
otro montón?... un montonazo. Aunque separados en dos partes, los fideos
todavía eran muchos. Le preguntó a su mamá si podía comer sólo un poco y
después ir a jugar con Tomy y ella la dejó. La niña agarró el tenedor con ambas
manos y giró hasta hacer una bola muy grande. Abrió tanto la boca que le dolió
en los costados. La bola de fideos no entraba, estiró un poco más con la otra
mano y cerró. Algunos fideos colgaron del lado de afuera, acercó el plato hacia
ella y al morder, cayeron. Masticó. Sus mejillas eran globos a punto de
explotar. Tapó la boca con las manos. Su mamá no la dejaría ir a jugar y su
papá siempre le decía que si lo vomitaba se lo comería igual. Ahora tenía
arcadas. Con dos dedos sacó algo duro que no la dejaba tragar y tomó un sorbo
de jugo. La mamá, desde la cocina le gritó que no tomara nada hasta no terminar.
Comió otra bola de fideos con rapidez. Ella no entendía por qué no la dejaba tomar
jugo, en el paladar tenía comida pegada y cada vez era más difícil tragar. Miró
el vaso, el jugo era de manzana, de los que vienen en polvo y esta vez le
tocaba a ella pasarle la lengua a lo que quedaba en el sobre. La última vez
Tomy lo había agarrado a escondidas. Sin hacer ruido se deslizó debajo de la
mesa, gateó hasta el baño, no encendió la luz, todavía arrodillada, escupió
todo. Bajó la tapa, subió al inodoro y dejó correr el agua. Nunca tiraba la
cadena, para hacerlo tenía que treparse y meter la mano en un hueco que había
en la pared y levantar un palito. Siempre se mojaba la punta de los dedos y eso
no le gustaba, encima después la retaban porque el agua no dejaba de correr. Su
mamá la llamó. La niña se acercó con la cabeza hacia abajo, movió el pie y le
dijo que no aguantó las ganas de ir al baño, que ya había comido la mitad de
fideos en el plato. La mamá le preguntó si había escupido los fideos, ella negó
con la cabeza y cruzó los dedos atrás de su espalda. La mamá estiró la mano y
señaló hacia el jardín, ahora podía ir a jugar con Tomy, él siempre le prestaba
el autito rojo.
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