Él
estaba como ausente y yo le hablaba, miré sus ojos perdidos en el plato, en los
cubiertos mal cruzados, en la servilleta hecha un bollo, en su dedo con un poco
de puré. Él estaba en otro lado, quizás con otra mujer que lo hiciera más
feliz, que no le hablara todo el tiempo ni que le reprimiera por sus fracasos,
que le sonriera cada mañana o que le diera, antes de dormir, un beso de buenas
noches. Él estaba enfermo de mí, de mis rulos despeinados, de mis pelos en la
almohada, en la rejilla del baño, en su ropa y yo sabía que él quería escapar,
levantarse una mañana, dejar las llaves del lado de adentro, cerrar la puerta y
no volver a escuchar mi voz aguda en cada silencio. Quizás no era yo la que le
hablaba ni él el que estaba como ausente. Él no me dio el beso de buenas
noches, yo tampoco lo hice y la mañana siguiente agarré las llaves, cerré la
puerta y no volví.