Usted
ya sabe quién soy, imagino que también sabe el motivo de mi carta y solo le
pido que se tome unos minutos para leerme. En el transcurso de estos meses
varias personas se acercaron a preguntarme por qué fui tan determinante al
dejar al hombre con el que me casé. Seis meses, ese fue el tiempo que estuvimos
casados ¿Por qué tomé esa decisión que para algunos fue tan apresurada? ¿Podía
conformarme? ¿Cuáles fueron mis respuestas? Ahora no las recuerdo, fueron
muchas, todas distintas. Algunas coincidían, otras se traicionaban y hasta yo
me olvidé por qué lo nuestro, lo mío con él, no funcionó. Pedí ayuda, muchas
veces. Pero ¿qué tipo de ayuda podían o podíamos darnos? Yo quería estar mejor,
él también lo quería para mí, aunque no lo sabía porque para él no pasaba nada.
Sí, era eso, quería estar mejor.
A
usted le llegaron comentarios acerca de mi persona, lo sé, y también sé que le
dijeron todo lo que “le hice” a él. Yo lo elegí, él también a mí y pensé que
esa elección sería por mucho tiempo ¿Me preguntará si creo en el amor para toda
la vida? Quizás se lo pueda responder más adelante. Por el momento, ni siquiera
le puedo decir cuándo dejé de amarlo y ojalá no me hubiese pasado. Amar a
alguien no es fácil, dejar de hacerlo, mucho menos. Olvidamos sonreírnos, compartir
y nos dejamos de a poco. No pudimos hacer nada para frenar eso. Lo intentamos,
créame que sí. Quería que funcionara, mirarlo como al principio, con
admiración. Hicimos todo lo que pudimos, el uno por el otro, y no fue
suficiente para seguir juntos. Lo hablamos muchas veces, pero no pudimos
resolverlo. Insisto en que hubiese sido mucho más fácil no tener que irme de mi
casa, no saber dónde vivir, no saber si me iba a alcanzar la plata, dejarle
todo, incluso nuestro perro. Lo peor es que no discutíamos, no es que me fuera
con alguien y jamás le fui infiel. Quería recuperar mi soledad, mis silencios y,
para qué mentirle, dejé de amarlo. ¿Cuál es el momento exacto en el que se deja
de amar? ¿Se puede predecir? ¿Se puede hacer algo para evitar que eso suceda o
hay que conformarse y seguir y tener hijos y vivir por más de treinta años con
la misma persona hasta ya no saber si solo están juntos porque se acompañaron
el resto de sus vidas? “No sé si lo amo, nos queremos, nos queremos mucho y nos
necesitamos”, respondería al cabo de tanto tiempo, “es el hombre de mi vida” y
sería verdad. Entonces, cuando él muriera quizás sentiría alivio, aunque sabría
que ya no tendría en qué ocupar mi tiempo como así tampoco mis quejas. Ni mis
hijos ni mis nietos estarían disponibles para mí, les pediría que me llamaran,
que me visiten y ellos lo sentirían como una obligación y yo, de todos modos,
estaría sola. Durante las noches silenciosas leería hasta dormirme, sin que él
se enojara por la luz que yo dejaba encendida, dormiría tarde y me levantaría
muy temprano. Lo extrañaría por no poder enojarme porque él, de seguro,
quisiera dormir un rato más, hasta que se levantara y hable y hable y hable más.
Yo le diría que se callara la boca y que fuera a hacer las compras y él me
contestaría que nunca sabe qué comprar y para no discutir iría yo y él querría
acompañarme y yo me enojaría aún más porque querría que lo hiciera él sin tener
que depender tanto de mí. Después de su muerte estaría tan sola que lo
lamentaría. Pensaría en que no hubiese cambiado nada. Me mentiría a mí misma
porque sabría que si hubiese tenido la valentía de decirle que ya no lo amaba,
lo hubiese dejado y mi vejez sería otra. Quizás con otro hombre sentiría lo
mismo, que lo quiero, lo quiero mucho y nos necesitamos. Pienso que quizás sí
lo podría amar y mucho.
Quizás
se pregunte por qué le explico todo esto ya que no me conoce. Justamente, se lo
cuento porque usted armó un juicio de valor sobre mí sin conocerme, habló sobre
mí con personas que tampoco me conocen, pero no nos preguntó ni a él ni a mí.
Lo entiendo ¿Qué va a pensar de la mujer que deja a un hombre de la noche a la
mañana? De seguro cree que tendría que haberle dado otra oportunidad, que los
tiempos difíciles son solo eso, momentos de crisis y que hay que esperar por
los tiempos mejores. Esos momentos en los que, después de buscarlos con
desesperación, renace el amor y la felicidad. Pero ¿usted podría prometerme que
al cabo de un tiempo no sentiría que me faltara algo y trataría de encontrar
eso que no está pero que no sé qué es? Abriría las alacenas, los cajones, los
armarios, revisaría en cada bolsillo, en todas las carteras, no sabría qué
buscar, tendría ganas de llorar y no lo haría porque no sabría por qué. Me
haría un té o café o mate para poder pensar con tranquilidad. La casa estaría
en orden, igual que su ropa, la mía no, estaría desparramada en una silla, como
siempre. Quizás tendríamos hijos y yo estaría por buscarlos en la escuela,
antes dejaría la merienda lista en la mesa para que al llegar se sentaran e
hicieran la tarea. Sería en ese momento, que lo entendería, que no tuve la
valentía de irme cuando tuve la oportunidad. En ese momento dejar todo atrás
sería mucho más difícil. No podría escapar como a los ocho que corrí por toda
la escuela y me escondí en el baño para que un niño no me besara. Pensé cada
detalle, al principio no lo podía entender, hasta que recordé ese día que
volvía a casa en el colectivo, leía, no sé qué libro aunque me gustaría
recordarlo. No escuchaba el murmullo de la gente, me detuve en una frase “todos
los amores se desgastan […] hay quienes se acostumbran a ese horror cotidiano y
su felicidad está en negarlo. Otros huimos ante el primer síntoma”. Leí varias
veces las mismas líneas y las repetí hasta memorizarlas. No podía compartir mi
felicidad con él, él no me entendía cuando yo le hablaba con pasión y yo no lo
entendía a él en nada. ¿Huí ante el primer síntoma? ¿Fue lo mejor para los dos?
Usted y yo sabemos que no existe una manera correcta de hacer las cosas, hay
muchas formas de hacerlas mientras se hagan con honestidad. Nada de “tenemos
que hablar”. Fui directa: “lo nuestro no funciona y no va a funcionar”. Él
lloró en silencio. ¿Qué más se podía decir? En cuanto a mí, no lloré, ni tuve
ganas de hacerlo. Miré cómo sus lágrimas mojaban el sillón, él no se las
limpiaba con la manga del buzo como lo hubiera hecho yo. Él las dejaba caer.
Sin pasión. Como si nada. Al sillón le quedaría una marca, no me importaba, yo
no viviría más ahí y menos que menos me llevaría ese mueble que eligió la madre
de él.
Creo
que no es necesario agregar nada más, como así tampoco aclararle que yo siempre
traté de dar y hacer lo mejor, como estoy segura que usted lo hace en su
trabajo, en su vida, en sus relaciones, con usted mismo. Ojalá me hubiera dado la
oportunidad de poder conversarlo y contarle esto personalmente. De cualquier
manera ya se lo he dicho todo.