Camila,
en puntas de pie, una mano apoyada en el vidrio de la ventana, la otra cuenta
las estrellas hasta veinte y vuelve a empezar. Se agacha al lado de la puerta
para acomodar en un plato las galletitas que sacó de la panera, las coloca en
forma de una cara sonriente, saca la que hacía de nariz, la muerde y mira el
vaso con leche que todavía está lleno. Guarda la galletita mordida en el
bolsillo del camisón, con una de las mangas limpia las migas de su boca y
vuelve a ponerse en puntas de pie. Entre las estrellas ve una luz que titila, ella
acomoda el pelo detrás de las orejas y apoya la frente en el vidrio, una y otra
vez titila. Limpia con las manos el vidrio empañado, busca la luz que ahora no
encuentra. Cierra los ojos con fuerza y los abre rápido. Nada, mira abajo,
arriba y nada. La luz había desaparecido por completo. Gira hacia el sillón al
lado de la ventana y golpea el plato con las galletitas que caen al piso. Quedó
inmóvil. Ahora camina lento hacia el pasillo, abre la puerta de la habitación
de sus padres, asoma la cabeza, está oscuro, pero escucha a su papá roncar. Muy
despacio cierra la puerta y vuelve hacia el living a juntar las galletitas que
otra vez coloca en el plato con la forma de una cara sonriente y devuelve la
nariz mordida que tenía en el bolsillo. Bosteza, toma un poco de leche, se
limpia la boca con la manga y camina hacia el sillón. Se sienta con los pies en
el tapizado, abraza sus rodillas y vuelve a mirar por la ventana. Otra vez
bosteza y, de a poco, cierra los ojos. Rápido los abre. Con las manos se
sostiene los párpados hasta que ve borroso, saca las manos y se le cierran los
ojos otra vez. Las velas del candelabro se apagan y la niña, dormida, sonríe.
*En este link se puede ver el corto de este cuento que hicimos con unos compañeros para una materia de la facultad.